Madre del Arroz (fragmento)Rani Manicka
Madre del Arroz (fragmento)

"Las quinientas lámparas de aceite que se hallaron presentes hacía ya casi cincuenta años en la boda de mi abuela habían sorprendido al sol en el momento de su despertar para dar inicio a cinco suntuosos días de alegre celebración, pero mi boda fue un asunto de un solo día. Los preparativos de la boda mantuvieron ocupado a todo el mundo durante un mes entero y, a pesar de mis primeros temores, terminé haciéndome a la idea de vivir con un marido misterioso que me trataría igual que a una reina. También me sentía bastante complacida por la idea de que iba a tener autoridad sobre mis dos nuevos hijastros. Sí, quizá todo sería una maravillosa aventura. En la magnífica fantasía que creé, mi madre venía a visitarnos una vez al mes y yo subía a la embarcación para regresar a su casa unas dos veces al año. Un apuesto desconocido sonreía cariñosamente y me cubría de regalos. Incliné la cabeza con timidez mientras un millar de sonrojantes conceptos románticos solo parcialmente vestidos desfilaban a toda velocidad por mi tonta mente de adolescente. Ninguno de ellos llevaba aparejado el acto sexual, claro está. Nadie que yo conociera hablaba de tales cosas, o sabía siquiera acerca de ellas. El secreto proceso de la creación de bebés no era algo que me concerniese y sus cabecitas rizadas ya harían acto de presencia por sí solas cuando fuera el momento apropiado.
El gran día llegó. Nuestra pequeña casa parecía suspirar y gemir bajo el peso de todas las gordas señoras de mediana edad que iban de un lado a otro. El aroma del famoso curry negro de mi madre llenaba el aire. Yo permanecía sentada en mi pequeña habitación, totalmente fascinada por aquel ajetreo. Una bolita de excitación iba creciendo dentro de mi estómago y cuando me puse las palmas de las manos en las mejillas descubrí que estas estaban muy, muy calientes.
—Bueno, vamos a echarte una mirada —dijo mi madre después de que las hábiles manos de Poonama, la vecina de al lado, hubieran doblado y dejado pulcramente sujetos los seis metros de mi precioso sari rojo y oro.
Durante un buen rato, mi madre se limitó a contemplarme en silencio, con la más extraña mezcla de tristeza y alegría imaginable, mientras se secaba los ojos rebosantes de lágrimas e, incapaz de hablar, se limitaba a expresar su aprobación asintiendo con la cabeza. Entonces la dama a la que mi madre había hecho venir de otra aldea para que se encargara de mi cabello dio un paso adelante y entró en acción con una rápida eficiencia. Yo permanecí sentada en un taburete mientras aquellas rápidas manos enhebraban sartas de perlas a través de mis cabellos y les añadían un grueso fajo de áspero pelo falso, después de lo cual retorcieron toda la masa hasta dejarla convertida en un gran moño suspendido sobre la delgada forma de mi cuello. Parecía como si me hubiera salido una segunda cabeza de la nuca, pero no dije nada porque enseguida pude ver que a mi madre parecía complacerla la idea de tener una hija con dos cabezas. Luego la dama había sacado de yo no sabía dónde un tubito al que le desenroscó el tapón para revelar una densa pasta roja. Metió su gordo dedo índice en aquel producto hediondo y aplicó con mucho cuidado la pegajosa grasa sobre mis labios. Parecía como si yo hubiera besado la rodilla sangrante de alguien. Me contemplé fascinada."



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