|
El último turista (fragmento) "Llegó a mediados de septiembre, cuando ya el pueblo había dicho adiós a los turistas y recobrado su paz y su silencio. Nadie le vio llegar. Apareció una mañana en la playa casi desierta. Era un hombre enorme, de músculos fuertes y elásticos. Tenía el cabello rojizo y los ojos como los de un tigre. O como los de un gato. Mirarle producía inquietud y placer. Pronto el pueblo entero anduvo alborotado a causa del forastero. Ellas comentaban: -Es estupendo. ¡Qué hombre! Robert Redford y Alain Delon son adefesios comparados con él. ¿Será sueco? O tal vez danés o finlandés... Latino no parece... Y replicaban ellos: -A lo mejor es de Ciudad Real... ¡Bah!... Algún aprovechado que habrá venido a ver qué saca a cuenta de su buena fachada... ¡Como vosotras sois tan absurdamente impresionables! Y se reían, buscando ocultar su despecho carpetovetónico. ¿De dónde habría salido aquella especie de coloso? Ellas se preguntaban lo mismo, aunque en muy distinto tono, claro está. Todas y todos hacían comentarios y conjeturas acerca del turista rezagado que, en el umbral del apacible otoño, había venido a turbar la calma de aquel lugar. Alba, poco aficionada a los comentarios, muy metida siempre en su pequeño o, tal vez, en su inmenso mundo interior, Alba, que tenía fama de orgullosa y arisca, nada decía, como si no le importara, como si ni siquiera hubiese reparado en el turista de los ojos de gato. Pero llevaba tres noches sin dormir. Mientras el pueblo estaba invadido por los turistas, ella sólo bajaba a la playa de noche y se bañaba en paz a la luz de las estrellas. Alba era así, muy rara, decían. Mediado septiembre empezaba a tomar el sol; le gustaba entonces la caricia de la tibia arena sobre su piel y la quietud, el silencio del ambiente en su pensamiento. Era muy rara Alba, decían. El forastero la vio en la playa, la miró en la playa, y no pensó que fuese rara. La vio hermosa, en el umbral del otoño también, igual que el tiempo. Y la miró, la miró mucho con sus ojos de gato, con sus ojos de tigre que sonreían maravillosamente. Por eso, Alba llevaba tres noches sin dormir. También ella se preguntaba, aunque a nadie lo decía, de dónde habría salido aquel fascinante coloso que estaba acabando con la templanza de sus nervios, con su serenidad, con su indiferencia. Cada verano llegaban al pueblo cientos de turistas atractivos, altos, fuertes y bien parecidos. Pero no eran como ése. Eran como todos y ella los veía ir y venir por las calles del pueblo y no le interesaban ni la molestaban; simplemente, la tenían sin cuidado. Pero el turista pelirrojo de los ojos de gato, era otra cosa. Tenía..., tenía algo inexplicable, incomprensible también. En la playa, todas las mañanas, se miraban. Y ella, íntimamente, lamentaba no tener ya veinte años. Tal vez, si fuese más joven, el turista la encontraría bonita y atractiva -ella sabía que lo había sido mucho, pero ignoraba que lo era, todavía- y se acercaría a ella, y le hablaría, y… -¡Hola! ¿Me permites? Él estaba allí, a su lado, increíblemente alto, increíblemente fuerte, un verdadero coloso. Sonreía y esperaba la respuesta, plantado en la arena, con la toalla de colorines echada sobre los hombros. Ella no quería sonrojarse, pues era ridículo a su edad. Pero se puso muy roja al contestar: -Por supuesto... Siéntese... Siéntate... El mar, apacible, manso, de aquel final de septiembre, contemplaba, indiferente, el principio de un amor." epdlp.com |