Declaración de amor "Ciudad que llevas dentro mi corazón, mi pena, la desgracia verdosa de los hombres del alba, mil voces descompuestas por el frío y el hambre. Ciudad que lloras, mía, maternal, dolorosa, bella como camelia y triste como lágrima, mírame con tus ojos de tezontle y granito, caminar por tus calles como sombra o neblina. Soy el llanto invisible de millares de hombres. Soy la ronca miseria, la gris melancolía, el fastidio hecho carne. Yo soy mi corazón desamparado y negro. Ciudad, invernadero, gruta despedazada. Bajo tu sombra, el viento del invierno es una lluvia triste, y los hombres, amor, son cuerpos gemidores, olas quebrándose a los pies de las mujeres en un largo momento de abandono -como nardos pudriéndose. Es la hora del sueño, de los labios resecos, de los cabellos lacios y el vivir sin remedio. Pero si el viento norte una mañana, una mañana larga, una selva, me entregara el corazón desecho del alba verdadera, ¿imaginas, ciudad, el dolor de las manos y el grito brusco, inmenso, de una tierra sin vida? Porque yo creo que el corazón del alba en un millón de flores, el correr de la sangre o tu cuerpo, ciudad, sin huesos ni miseria. Los hombres que te odian no comprenden cómo eres pura, amplia, rojiza, cariñosa, ciudad mía; cómo te entregas, lenta, a los niños que ríen, a los hombres que aman claras hembras de sonrisa despierta y fresco pensamiento, a los pájaros que viven limpiamente en tus jardines como axilas, a los perros nocturnos cuyos ladridos son mares de fiebre, a los gatos, tigrillos por el día, serpientes en la noche, blandos peces al alba; cómo te das, mujer de mil abrazos, a nosotros, tus tímidos amantes: cuando te desnudamos, se diría que una cascada nace del silencio donde habitan la piel de los crepúsculos, las tibias lágrimas de los relojes, las monedas perdidas, los días menos pensados y las naranjas vírgenes. Cuando llegas, rezumando delicia, calles recién lavadas y edificios-cristales, pensamos en la recia tristeza del subsuelo, en lo que tienen de agonía los lagos y los ríos, en los campos enfermos de amapolas, en las montañas erizadas de espinas, en esas playas largas donde apenas la espuma es un pobre animal inofensivo, o en las costas de piedra tan cínicas y bravas como leonas; pensamos en el fondo del mar y en sus bosques de helechos, en la superficie del mar con barcos casi locos, en lo alto del mar con pájaros idiotas. Yo pienso en mi mujer: en su sonrisa cuando duerme y una luz misteriosa la protege, en sus ojos curiosos cuando el día es un mármol redondo. Pienso en ella, ciudad, y en el futuro nuestro: en el hijo, en la espiga, o menos, en el grano de trigo que será también tuyo, porque es de tu sangre, de tus rumores, de tu ancho corazón de piedra y aire, de nuestros fríos o tibios, o quemantes y helados pensamientos, humildades y orgullo, mi ciudad, Mi gran ciudad de México: el fondo de tu sexo es un criadero de claras fortalezas, tu invierno es un engaño de alfileres y leche, tus chimeneas enormes dedos llorando niebla, tus jardines axilas la única verdad, tus estaciones campos de toros acerados, tus calles cauces duros para pies varoniles, tus templos viejos frutos alimento de ancianas, tus horas como gritos de monstruos invisibles, ¡tus rincones con llanto son las marcas de odio y de saliva carcomiendo tu pecho de dulzura! " epdlp.com |