El paraíso de los caballos (fragmento)Jane Smiley
El paraíso de los caballos (fragmento)

"En la larga guerra que constituía la relación entre Tiffany y su madre, habían hecho una tregua. Lo siguiente con que Tiffany se encontró al llegar a su casa fue que el cactus de Navidad que tenía en la ventana estaba empezando a florecer. El estofado y las flores deberían haber sido cosas tan buenas como para hacerle más llevadero lo ocurrido en el Spankee Yankee; sin embargo, ahora, al juzgarlas retrospectivamente, advertía que también tenían algo de malos augurios, o cuando menos de falsos buenos augurios, ya que de no haber disfrutado de aquella hora breve se habría quedado en casa mirando la tele, no le habrían robado el dinero y ahora no tendría la ropa mojada colgada por todo el apartamento. Así que hubo terminado con esta tarea, y con la de acostar a Iona en el sofá-cama (lo que no era fácil, dicho sea de paso), se sentía más agotada e incluso más triste que en el instante en que descubrió que le habían quitado el dinero.
Más que el dinero, lo que le dolía era el robo, es decir, que una no pudiese permitirse el lujo de ser feliz, porque ser feliz te incitaba a hacer cosas que terminaban después en una infelicidad mayor que la de antes de haber sido feliz. Todo el mundo sabía que así es como funcionan el amor, la sexualidad y las relaciones con los hombres. Cuanto más feliz te sientes al enamorarte, más hecha polvo te quedas cuando todo se va al garete. Pero lo más deprimente era que ocurriese lo mismo con algo tan sencillo como un estofado de cerdo o unas flores. "



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