El peluquero que mató a su mujer (fragmento)Albert Cossery
El peluquero que mató a su mujer (fragmento)

"Por su parte, los barrenderos no tenían conciencia de la horrible diversión que su presencia infligía a la calle. Sólo tenían órdenes de barrerla y ella les provocaba la sensación de algo peligroso e incomprensible, de lo cual eran servidores dóciles. Aún no habían imaginado lo que sería sin ellos, entregada a la basura y el polvo. No conocían todo su mérito y hasta qué punto la calle les debía su hermosa disposición y su distinción. Pero, esta tarde, estaban decididos a todo: para ellos se trataba de no morir de hambre. Por primera vez en su vida, estos barrenderos se habían atrevido, se habían creído capaces de atreverse, a un gesto de protesta. Habían tenido la idea increíble, blasfema, de reivindicar sus derechos a una existencia mejor. Las tres piastras que se les pagaba por día no eran suficientes para que pudieran vivir, ni siquiera para que pudieran morir. Habían, pues, exigido media piastra de aumento. Con tres piastras y media por día, creían que podrían vivir más decentemente. Era una idea de ellos, casi un ideal. Y esperaban la realización de ese ideal, sin demasiada confianza pero con un fulgor feroz en los ojos. La llegada del supervisor en bicicleta pondría fin a su incertidumbre. Este supervisor en bicicleta, encargado de someter su solicitud a quien correspondía, debía traerles una respuesta esa noche. Pero los barrenderos desconfiaban de él, porque ya pertenecía, por su grado de supervisor, a otra humanidad, la de los opresores. También habían decidido que en caso de fracasar le dejarían los uniformes, las escobas y toda la calle. —Que la barra él solo, ese hijo de puta— dijo levantándose un hombre audaz, cuyo extraño acuclillamiento parecía un desafío a la estética de los pobladores honorables de la ciudad. "


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