Las flores "¡Insensato poeta! En todo cuanto ves prendes una cuerda de lira y nos dices: «¡Inclinaos, escuchad como todo respira!» ¡Ay! ¡Es cierto! ¡Es la voz! Las flores no respiran. Un soplo errante les arrebata su aroma al pasar, y ese suspiro no pidió nunca gracia para ellas a los inviernos destructores. Y, sin embargo, ¡tiene tanta ternura la belleza de las flores! ¿Será posible que no tengan amor? ¿No las veis cómo se tienden al calor y se vuelven hacia la luz? La ligera risa del alba, que es su madre y su amiga, despabila su sueño. ¿No habrá causado a la menos dormida de todas una sensación de despertar? ¿No concebís el alma liberada de ideas, un corazón completamente puro, unos labios que sólo se dirigen a la llama, unas flores que sólo buscan el azul? En la convalecencia, cuando vivimos como ellas, dejándonos en las manos de Dios, el más discreto saludo del sol a las pupilas nos hace sonreír. Cuando la vida nos entorna sus puertas, las plantas son nuestras hermanas, y entonces comprendemos el hermético sueño de las rosas y sus vagas dulzuras. Por débiles que estemos, sentimos la dulzura de seguir vegetando, y de dar gracias a un amigo ignorado por aquel beso recibido. Lo mismo ocurre con las flores. Esos frágiles seres tienen también caprichos, y en su efímera vida hay horas agradables. No desconocen los placeres. La planta, resignada, ama el lugar en que su pie descansa, y bendice el camino, feliz por abrirse a todo lo qua la acaricia, y por perfumar la mano; por hacer una visita intercambiando un sueño en alas del aire mensajero, y por ofrecer llorando lo mejor de su savia a un amante versátil; por decir: «Tómame: yo lo haré más bonita, niña que puedes correr; en tus mano podré viajar, aunque haya de morir después. «Quiero ir al baile y reinar lánguidamente en un hermoso búcaro. Ver el mundo, agradarle y acabar en un éxtasis, a la sombra, prendida sobre un corazón.» " epdlp.com |