El último grumete de la Baquedano (fragmento)Francisco Coloane
El último grumete de la Baquedano (fragmento)

"El niño, rodeado de la ronda, respiró con placer el viento salobre que venía del mar, miró las olas que aparecían y desaparecían como lomo de negras y grandes bestias en la noche, y sus ojos se agrandaron de asombro al contemplar el espectáculo impresionante del velamen del buque hinchado por el fuerte viento del noroeste, escorado peligrosamente por el lado de babor y corriendo a doce millas por hora en la inmesidad del mar y de la noche.
Un ordenanza llegó a interrumpir el silencio de la ronda y su prisionero.
-Mi comandante Calderón desea ver al niño -dijo el grumete.
Siguieron al guardiamarina que comandaba el grupo y descendieron por una elegante escalera de bronce a la cámara del primer comandante del buque, que quedaba bajo la toldilla.
El comandante Calderón era un capitán de navío, alto, gordo, moreno, con ese aspecto bonachón de los viejos marinos que han recorrido muchos mares, visto muchas cosas y mandado muchos buques.
El segundo comandante ya lo había informado del hallazgo.
El niño se sorprendió un poco de la elegancia de la cámara, tapizada de alfombra, con una mesa de fina madera y cubierta de una carpeta de felpa roja, grandes sillones y lámparas potentes.
El comadante hizo retirar la ronda y se quedó solo con el segundo y el niño.
Con aire severo, pero bondadoso, le pidió que le hablara con confianza.
El niño, después de la dureza del oficial de ronda y del segundo, encontró al comandante tan bueno como al mejor de los profesores, y empezó a contarle su vida, la de su madre, viuda de un marinero del transporte "Angamos", el viaje sin regreso de su hermano a Magallanes y, por fin, su decisión de hacerse marinero e ir en busca de su hermano Manuel.
El comandante lo escuchó con atención. Luego, dirigiéndose al segundo, expresó:
-Que se ponga un radio a la Dirección General de la Armada, dando cuenta del hecho y pidiendo instrucciones. Podríamos recalar en Corral o en Puerto Montt, para entregarlo a las autoridades; pero me parece difícil: la Orden de Viaje dispone que debemos seguir directo a Punta Arenas por mar afuera y a vela hasta el Golfo de Penas y a máquina por los canales, entrando por el Messier.
-Viene a ocasionarnos un poco de molestias, amigo; desde luego, el arresto de la guardia correspondiente a la hora en que usted entró. Trate de comportarse bien y hacer lo que le digan -y dirigiéndose al segundo, el comandante terminó-: Que le den un coy y comida en la guardia.
El viento seguía ululando en las jarcias y un sonido como de un bombo colosal interrumpía a ratos la sinfonía de la noche tempestuosa, cuando una vela de cuchilla no cazaba bien el viento y se azotaba flameando."



El Poder de la Palabra
epdlp.com