La calesa de oro "Mi infancia cautiva ha vivido entre las piedras, en la villa donde sin fin, se vomita el carbón. La fábrica encendida devora un pueblo moribundo. Y para ver los jardines yo cerraba los párpados... Crecí; soñé el oriente, las luces, las playas de flores donde el aire tibio huele bien, las ciudades con nombre de oro, y señor vagabundo, de aceras florentinas donde estrenan los estoques. Luego tomé a disgusto el cartón del decorado, y mientras tanto escuché en mi alma del Norte que canta, y ama cada día con un corazón más fuerte. Tu aire de mujer santa, oh, mi tierra de Flandes, tu pueblo grave y recto, enemigo del escándalo, tu dulzura de miseria donde el corazón se siente prendado, tus marismas, tus verdes praderas donde ondean los linos, tus carbas, tu cielo gris donde los molinos giran, y esta viuda de negro con sus huérfanos". Su paje favorito, por nombre Antaño, allí Va leyéndole versos de magia en voz discreta, Y con un tulipán ella en las manos, quieta, Siente el misterio rítmico dentro de sí. En torno el parque tiende frondas, mármoles regios Estanques verdinosos, rampas de balaustres, Y ella se embriaga, seria, de los sueños ilustres Que nos hurtan los lueñes horizontes egipcios. Y allí está, resignada, sin sorpresas, sumisa, Consciente de que todo, si se lucha, es fatal, Sintiéndose, con cierto leve desdén natal, Sensible a la piedad como el mar a la brisa. Y allí está, resignada, sumisa, entre gemidos. Mas triste al ver, en medio de su visión interna, Cualquier Armada, náufraga de la mentira eterna, Tantos bellos augurios bajo el mar dormidos. En las tardes purpúreas, graves, con su misterio, Retratos de Van Dyck de lareos dedos puros. Pálidos, enlutados, sobre los áureos muros, Con su prestancia fúnebre le dan de imperio. Y ante los espejismos de oro la fuga emprende Su duelo; en las visiones que ahuyentan a su hastío De pronto -gloria o sol- luce un rayo tardío Y entonces el rubí de su altivez se enciende. Pero la fiebre aplaca con su sonrisa triste; Temerosa del férreo tumulto popular Oye el son de la vida -lejana- como el mar... Y el secreto en sus labios, más profundo, persiste. Nada estremece el pálido lago de su pupilas, Que velan el Espíritu de las Ciudades muertas, Y en salas donde giran sin un rumor las puertas, Vaga, y sueña palabras misteriosas, tranquilas. El surtidor, allá, forma inútil cascada; Y ella, pálida, mira, por la ventana; viejos La copian -con el raro tulipán- los espejos, Como añosa galera que se olvidó en la rada. Mi alma es una infanta, de corte ataviada. " epdlp.com |