El móvil (fragmento)Javier Cercas
El móvil (fragmento)

"Álvaro se tomaba su trabajo en serio. Cada día se levantaba puntualmente a las ocho. Se despejaba con una ducha de agua helada y bajaba al supermercado a comprar pan y el periódico. De regreso, preparaba café, tostadas con mantequilla y mermelada y desayunaba en la cocina, hojeando el periódico y oyendo la radio. A las nueve se sentaba en el despacho, dispuesto a iniciar su jornada de trabajo.
Había subordinado su vida a la literatura; todas sus amistades, intereses, ambiciones, posibilidades de mejora laboral o económica, sus salidas nocturnas o diurnas se habían visto relegadas en beneficio de aquélla. Desdeñaba todo lo que no constituyese un estímulo para su labor. Y como la mayoría de los trabajos bien remunerados a los que, en su calidad de licenciado en Derecho, podría haber tenido acceso exigían de él una dedicación casi exclusiva, Álvaro prefirió una modesta plaza de asesor jurídico en una modesta gestoría. Este empleo le permitía disponer de las mañanas para dedicarlas a su tarea y le libraba de cualquier responsabilidad que lo distrajera de la escritura; también le ofrecía la indispensable tranquilidad económica.
Juzgaba que la literatura es una amante excluyente. O la servía con entrega y devoción absolutas o ella lo abandonaría a su suerte. Tertium non datur. Como todas las otras artes, la literatura es una cuestión de tiempo y trabajo, se decía. Recordando la célebre sentencia que sobre el amor había dictado un severo moralista francés, Álvaro pensaba que la inspiración es como los fantasmas: todo el mundo habla de ella, pero nadie la ha visto. Por eso aceptaba que toda creación consta de un uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento de transpiración. Lo contrario era abandonarla en manos del aficionado, del escritor de fin de semana; lo contrario era la improvisación y el caos, la más detestable falta de rigor.
Consideraba que la literatura había sido abandonada en manos de aficionados. Una prueba concluyente: sólo los menos egregios de sus contemporáneos se entregaban a ella. Campaban por sus respetos la frivolidad, la ausencia de una ambición auténtica, el comercio conformista con la tradición, el uso indiscriminado de fórmulas obsoletas, la miopía y aun el desprecio de todo cuanto se apartara de las vías de un provincianismo estrecho. Fenómenos ajenos a la propia creación añadían confusión a este panorama: la carencia de un entorno social estimulante y civilizado, de un ambiente propicio al trabajo y fértil en manifestaciones aledañas a lo propiamente artístico. "



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