Corydon (fragmento)André Gide
Corydon (fragmento)

"En el año 1900 una escandalosa controversia planteó de nuevo la irritante cuestión del uranismo. A lo largo de ocho días, tanto en salones como en cafés, no hubo otro tema de conversación. Impaciente ante las teorías ofrecidas desde todas las ópticas imaginables por el bigotudo, el ignorante, el estúpido, quería conocer mi propia opinión al respecto, dándome cuenta de que sólo la razón más que el mero temperamento estaba cualificada para condenar o condonar, decidí discutir este tópico con Corydon. Había escuchado que él no ponía objeción alguna a ciertas tendencias antinaturales que se le atribuían. Mi conciencia no estaría clara hasta que yo aprendiera lo que él tenía que decir en su nombre.
Hacía diez años desde la última vez que había visto a Corydon. En aquel entonces Corydon era un joven de elevado espíritu, tan gentil como orgulloso, generoso y complaciente, cuya mera visión infundía respeto. Había sido un brillante estudiante de medicina y sus primeros trabajos le granjearon un notable beneplácito profesional. Después de dejar el Liceo donde habíamos estudiado juntos, mantuvimos una cercana amistad durante largo tiempo. Luego los muchos años de viaje nos distanciaron y cuando yo regresé a París a vivir, la deplorable reputación que había adquirido impidió que me acercara de nuevo a él.
Al entrar a su apartamento, he de admitir que no recibí ninguna impresión de infortunio, como en un principio había temido. La forma de vestir de Corydon, bastante convencional e incluso austera, no me causó ninguna mala impresión. Miré en vano alrededor de la habitación en busca de algún signo de afeminación que los expertos aseguran descubrir en todo lo relacionado con los invertidos y que no admite equívoco alguno. Sin embargo, no me di cuenta de que sobre su escritorio de caoba había una enorme reproducción de La creación del hombre de Miguel Ángel, mostrando a Adán desnudo en el limo primigenio, alcanzando la mano divina y volviéndose hacia Dios con una deslumbrante mirada de gratitud. El manido amor de Corydon por las artes no podía suponer ninguna sorpresa en relación a la elección de este particular tópico. En el escritorio, el retrato de un anciano con una larga barba blanca, al que inmediatamente reconocí como el poeta americano Walt Whitman, desde que apareció en el frontispicio de la reciente traducción de sus trabajos a cargo de León Bazalgette, el cual había publicado también una voluminosa biografía del poeta, con la que me había topado recientemente y que me servía de pretexto para abrir la conversación. Después de leer el libro de Bazalgette, comencé, yo no veo muchas razones para que este retrato sea expuesto aquí.
Mi observación era impertinente. Corydon pretendió no entender. Yo insistí. En primer lugar, respondió, el trabajo de Whitman permanece tan admirable como siempre, independientemente de la interpretación que cada lector elija darle a su comportamiento...
Has de admitir que tu admiración ha disminuido un poco, ahora que Balgazette ha demostrado que Whitman no se comportó de la forma que tú defendiste con tanto entusiasmo.
Tu amigo Balzagette no ha demostrado nada; su argumento depende de un silogismo fácilmente rebatible. La homosexualidad, postula, es una tendencia antinatural... Ahora, Whitman disponía de una salud perfecta; podrías incluso afirmar que era el mejor representante que la literatura ha proporcionado con respecto al hombre natural...
Por consiguiente Whitman no era un pederasta. No entiendo cómo puedes siquiera pensarlo.
Pero su trabajo está allí y no importa con cuanta frecuencia Bazalgette traduce la palabra amor como cariño o amistad, y la palabra dulce como puro, siempre que Whitman trata de su camarada, el hecho es que todos los fervientes, tiernos, sensuales y apasionados poemas en el libro son del mismo orden-orden que tú llamas contra natura.
Yo no le he dado ningún nombre... Pero, ¿cómo rebatirías su silogismo? De esta forma: Whitmann puede ser considerado como el típico hombre normal, incluso aunque fuera un pederasta...
Entonces la pederastia es normal... ¡Bravo! Ahora todo lo que te queda por demostrar es que Whitman era un pederasta. Tan lejos como la cuestión pueda desviarse, lo cierto es que prefiero el silogismo de Bazalgette al tuyo-no atenta contra el sentido común.
No es el sentido común sino la verdad en contra de la cual deberíamos evitar ir. Yo estoy escribiendo un artículo acerca de Whitman-una respuesta al argumento de Bazalgette. ¿Estas cuestiones sobre el comportamiento humano son de gran interés para ti? Podría decirse que sí. De hecho, estoy escribiendo un largo estudio sobre este tópico.
¿No son los trabajos de Moll, Kraft Ebing y Raffalovich suficientes para ti? "



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