El mayorazgo (fragmento)E.T.A. Hoffmann
El mayorazgo (fragmento)

"Sentía Roderich por el caserón de los suyos un afecto supersticioso; para restablecer su importancia feudal se decidió a erigirlo en mayorazgo. Pero, ni el hijo Huberto, ni el actual poseedor de la primogenitura, que se llamaba Roderich como su abuelo, compartían las ideas de su pariente y habían arraigado en sus dominios de Curlandia, donde la vida era más llevadera y no tan sombría.
El barón Roderirch daba hospitalidad a dos hermanas de su padre, venerables ruinas de la más rancia nobleza. Las cocinas ocupaban la planta baja; una especie de palomar destartalado daba abrigo a un montero casi inválido, que hacía las veces de guardián, y los servidores restantes habitaban en la aldea con el señor intendente. Todos los años, a fines de otoño, el castillo salía del silencio lúgubre que pesaba sobre él como una mortaja, y vibraban los viejos muros al ladrido de las jaurías. Las amistades del barón Roderich festejaban alegremente las cacerías en que se les ponían a tiro lobos y jabalíes. Hasta seis semanas se prolongaban las partidas, y durante este tiempo el mayorazgo se convertía en posada pródiga para todos. De ningún modo descuidaba el Barón su señorío y asesorado por el abogado V... administraba justicia a sus vasallos. De generación en generación, la misma familia se había encargado de los asuntos legales de R...
En el año 179..., el digno abogado, cuya cabeza entrecana contaba ya más de sesenta inviernos, me dijo un día con una sonrisa sutilmente irónica: —Primo— yo era sobrino segundo del abogado, pero me llamaba primo por el hecho de llevar ambos el mismo nombre de pila—, me siento tentado a llevarte a R... El viento Norte, el grato frescor de las aguas y las heladas tempranas comunicarán a tus órganos algo del vigor que necesitas para consolidar tu salud. Allá podrás prestarme más de un servicio en la redacción de las actas que van amontonándose, y tendrás para distraerte los cotos de caza—. Sabe Dios cómo me llenó de júbilo la proposición de mi tío-abuelo. Al día siguiente corríamos en una berlina, bien equipados, y con buenos abrigos de pieles, a través de una comarca cuyo carácter agreste se acentuaba cuanto más nos acercábamos al lado Norte, entre nieves y bosques de pinos interminables. Para hacerme el viaje más agradable, mi tío me contaba anécdotas de la vida del barón Roderich —el fundador del mayorazgo—. Sirviéndose de pintorescas figuras, me ponía en el secreto de los hábitos y de las aventuras del viejo señor de R... y se lamentaba de que ese gusto por la vida agreste llegara a absorber toda la inteligencia del heredero actual, un joven que era antes de carácter más bien amable, y de naturaleza enclenque. Me manifestó, por lo demás, que me encontraría muy a mis anchas en el castillo, y acabó describiendo las habitaciones a ambos destinadas, que daban por un lado a la antigua sala de las audiencias de los señores del castillo y por el otro a la habitación de las dos damas a que antes me he referido.
Era ya noche cerrada cuando llegamos al territorio de R... La aldea estaba de fiesta; resonaba la música en la casa del intendente, iluminada de arriba abajo, y la única posada rebosaba de gozosos convidados. Y volvimos a emprender el viaje por la carretera ya casi intransitable a causa de la nieve que la cubría. Un cierzo helado rizaba las aguas del lago y hacía crujir el ramaje de los pinos con ruido siniestro y la silueta del caserón, con los rastrillos echados, se recortaba en negro en medio de una especie de mar de niebla. Reinaba en el interior un silencio de muerte y no asomaba ni un rayo de luz a las ventanas, que más bien parecían troneras.
—¡Ea! ¡Franz! ¡Franz!—gritaba mi tío-abuelo—. ¡Levántate! Nos cae encima la nieve y nos iría muy bien un buen fuego—. Un perro guardián fue el primero en responder a nuestra llamada, y hasta al cabo de un rato no se oyó ningún indicio de vida humana en el interior; los reflejos de una antorcha agitaron las sombras, rechinaron pesadamente en la cerradura unas toscas llaves, y el viejo Franz nos dirigió un: — ¡Buenas noches, señor letrado! ¡Bienvenido!... Pero, ¡qué tiempo del demonio!—. Con una mala librea, que parecía bailar sobre su cuerpo mísero, mal calzado, nos daba la bienvenida una figura de las más cómicas. Impresa en sus arrugadas facciones se veía una sumisión embobada, y su oficioso recibimiento llegaba casi a hacer olvidar su fealdad—. Mi digno señor —dijo—, nada tenemos a punto para recibir a usted; hiela en los cuartos, no están puestas las camas y, además, el viento hace sonar sus esquilas de Levante a Poniente a través de los cristales rotos. Ni con la lumbre encendida se puede soportar—. Y tú viejo pícaro —exclamó mi tío, sacudiendo la nieve de su abrigo de pieles—, ¿no podrías, ya que eres el guardián de esta casa, velar por la reparación de lo que esté averiado? Dices, tan desenvuelto, que mi cuarto está inhabitable—. "



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