Tres días con mi madre (fragmento)François Weyergans
Tres días con mi madre (fragmento)

"Delphine no dijo que yo le daba miedo a ella sino que daba miedo a todo el mundo. ¿De dónde sale este «todo el mundo»? ¿Son acaso nuestras dos hijas, dos mujeres adultas, capaces de ver que su padre está metido en un buen berenjenal? Seguramente. Y sin duda, también, mi madre y mis hermanas. Delphine, sin embargo, ve poco a mi familia, lo mismo que yo, que me siento culpable de no ver lo suficiente a mi madre. Casi a diario me digo a mí mismo que debería ir a visitarla a esa casa en los Alpes de la Alta Provenza en la que vive sola, pero nunca me decido. En la secuencia del cementerio de Ocho y medio, cuando el director interpretado por Mastroianni ve a su padre, que se le aparece, constata tristemente que se hablaron en verdad bastante poco: «Papà, ci siamo parlati così poco!».
Podría muy bien ser que algún día lamente, yo también, no el haber hablado demasiado poco con mi madre, puesto que la llamo por teléfono casi cada noche, sino el haberla visto poco, sobre todo desde hace algunos años. Mi querida madre octogenaria es más radical que yo. Por teléfono, resumió la situación: «Al final, no te habré visto mucho a lo largo de mi vida».
Fue una frase certera, ¡que dio en el blanco! No sé si ella se dio cuenta, pero como yo permanecía callado, remachó el clavo: «¡Es verdad! Te marchaste muy pronto de casa, tenías, ¿qué tendrías?, diecisiete, dieciocho años—Diecinueve, mamá—. Pues eso, es muy pronto cuando se ve a qué edades los jóvenes están aún en casa de los padres hoy en día» Hasta finales de los años noventa ella venía a París varias veces al año y se alojaba algunos días en mi casa, y otros en la de mi hermana Madeleine. Era ella quien, en cierta manera, venía a verme. Hoy ya no se desplaza casi. Para que venga a París, tendría que ser que necesitara consultar a un especialista, y aun así, pues los encuentra, excelentes, en Marsella. Incluso Marsella, que está a menos de cien kilómetros de su casa, le parece lejos.
Algunos de nuestros amigos han debido asimismo de manifestar su preocupación a Delphine. Me apuesto lo que sea a que ha recibido llamadas telefónicas mientras yo dormía (me despierto, por lo general, a media tarde, a veces incluso cuando ya oscurece): «¿Qué es de François? No tenemos noticias de él. La última vez que lo vimos, no parecía estar demasiado en forma. Nos tiene preocupados».
Cuando me hizo saber que yo daba miedo a todo el mundo, la voz de Delphine se volvió grave, igual que el piano en La tempestad de Beethoven o como el fagot en La tempesta di marede Vivaldi, en resumidas cuentas amenazaba tormenta y distaba mucho de ser una tormenta en un vaso de agua. Nuestra vida en común no se parece en nada a un vaso de agua. A veces se asemeja a un huracán. Los vientos opuestos crean turbulencias, le respondí, añadiendo que el cabo de las Tempestades es más conocido por el nombre de Cabo de Buena Esperanza, y que esas relaciones entre esperanza y tempestad se salen más de la norma que el sempiterno conflicto entre el odio y el amor. Aludí a la tempestas que, en latín, designaba a la vez el buen y el mal tiempo. Intentaba capear el temporal como podía, pero Delphine estaba en lo cierto. No sólo daba miedo a todo el mundo sino que me daba miedo a mí mismo. "



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