El despertar (fragmento)Kate Chopin
El despertar (fragmento)

"Un loro de color verde y amarillo, colgado en una jaula fuera de la puerta, repetía una y otra vez:
Allez vous en. Allez vous en. Sapristi. That´s all right.
Podía hablar un poco de español y también un lenguaje que nadie entendía, a menos que fuera un pájaro burlón que silbaba su aflautada nota con la persistencia exasperante de la brisa.
El señor Pontellier, incapaz de leer su periódico con el mínimo grado de confort, se levantó con expresión airada.
Caminó por la galería a uno y otro lado del estrecho puente que conectaba los apartamentos Lebrun. El loro era propiedad de Madame Lebrun y tenía el derecho de hacer todo el ruido que quisiera. El señor Pontellier tenía el privilegio de romper con aquella sociedad cuando dejara de ser entretenido.
Se detuvo ante la puerta de su propio apartamento, que era el cuarto del edificio principal. Se sentó en una mecedora de mimbre y una vez más se dedicó a la tarea de leer el periódico. Era domingo; el periódico tenía un retraso de un día. Los periódicos del domingo no habían llegado aún a Grand Isle. Conocía ya de antemano los informes de mercado, y miró nerviosamente los editoriales y esbozos de noticias que no había tenido tiempo de leer antes de salir de Nueva Orleans el día anterior.
El señor Pontellier llevaba gafas. Tenía unos cuarenta años, de mediana estatura y más bien esbelto. Tenía el pelo castaño, separado a un lado. Su barba estaba cuidadosamente recortada.
De vez en cuando retiraba la mirada del periódico. Había más ruido que nunca en la casa. El principal edificio se llama la casa para distinguirlo del resto de apartamentos. Los pájaros parlanchines aún silbaban. Dos chicas jóvenes, las gemelas Farival, tocaban un dueto en el piano. Madame Lebrun estaba muy solicitada y salía dando órdenes en voz alta al chico del patio cuando llegaba a la casa, y al servicio de comedor cuando se iba. Era una mujer dulce, bonita, siempre vestida de blanco, llevaba faldas almidonas un poco arrugadas. Más abajo, ante uno de los apartamentos, una dama de negro se paseaba arriba y abajo con recato, rezando su rosario. Un buen número de inquilinos había caminado hasta Beaudelet para oír misa. Algunos jóvenes jugaban al croquet. Dos hijos del señor Pontellier estaban allí-unos niños de cuatro y cinco años- y la enfermera los seguía con aire lejano, meditativo. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com