El mundo de Yarek (fragmento)Elia Barceló
El mundo de Yarek (fragmento)

"Al alzarse sobre las lomas, su pulida superficie reflejó por un instante la luz del sol que aún no había remontado el horizonte y, durante unos segundos, Yarek tuvo la impresión de que era una estrella la que lo había abandonado en aquel mundo sin nombre. Luego dejó de verlo y sus ojos se posaron en sus propias manos enguantadas tendidas hacia el cielo en un atávico gesto de súplica, una petición de ayuda que nunca sería atendida.
Se dejó caer sobre el suelo pedregoso y polvoriento y se echó a llorar.
Un viento repentino le heló las lágrimas sobre la cara y le hizo buscar con los ojos la loma por la que el sol estaba a punto de salir. Unos quince minutos más, calculó, y su propio cálculo le sonó ridículo, pueril. ¿Qué importancia tenían quince minutos en veinte años?
Aunque no serían veinte años. No pensaba vivir tanto tiempo. Había venido con el propósito de acabar con su vida en cuanto completara su proceso de catarsis.
Tenía que comprender, aceptar, perdonarse si podía. Luego habría tiempo para morir. Tenía mucho tiempo. Era lo único que tenía en abundancia.
Empezó a desempaquetar sus pertenencias, un procedimiento tan mecánico, tantas veces repetido, que sus manos trabajaban con independencia de su cerebro.
¿Cuántas veces habría montado un refugio? Cientos, probablemente. En la oscuridad, a la luz del día, con frío, con calor, en selvas tropicales, en desiertos de hielo, en ciénagas, en playas infinitas de espumas azules, solo, en compañía.
En compañía. Rechinó los dientes. Eso era algo que nunca volvería a tener.
Nunca más una mano amiga, una pelea, una discusión, un chiste. Nunca más un cuerpo cálido a su lado, una sonrisa, un insulto. Nunca más.
Empezó a montar la instalación eléctrica, los paneles solares, el calentador de agua. ¡Cuántas comodidades para un exiliado, para un futuro cadáver! O quizá no tan futuro.
"Soy un ex vivo -pensó, y la construcción lingüística le arrancó una sonrisa-. Un ex xenólogo, ex director de investigaciones, ex miembro de la Academia Interplanetaria de Estudios Ahumanos, ex especialista en vida alienígena, ex ciudadano de la Confederación de Mundos Habitados, ex esposo de Nora Freeman, de Tilda Maier y de Nakembe Dubois. ¿Ex humano, quizá? Reducido a una supervivencia animal en un mundo desierto. ¿Hasta qué punto puede eso borrar la humanidad de un ser?".
Trató de bloquear la dirección de su pensamiento. Vida animal. Vida inteligente. ¿Con qué criterios? ¿Con qué derecho podía decidirse? Se había dado cuenta demasiado tarde. Demasiado tarde para salvarse a sí mismo.
Demasiado tarde para salvar a los buitres, a aquel puñado de seres desaparecidos para siempre que la Comisión Investigadora se empeñaba en llamar aarea porque un cerebro de oro se había inventado el nombre. Ellos nunca se habían llamado nada a sí mismos. O quizá sí, pero no habían querido, podido, sabido comunicarlo a los humanos que los destruyeron. "Que los destruimos", se corrigió. Tal vez él hubiera tenido razón después de todo. Tal vez no eran más que animales. Animales extintos, ahora.
Cerró la puerta aislante y se puso a trabajar en la calefacción. Era un buen refugio. El mejor modelo, el más moderno. Construido sobre raíles circulares para que pudiera orientarse hacia el sol, diseñado para aprovechar el viento y cualquier otra fuerza de la naturaleza que existiera en su entorno: mareas, corrientes de agua, movimientos sísmicos... Veinte metros cuadrados:
instalación higiénica, cocina, cama, una mesa, dos sillas. Dos. Una roja y una azul. Para mejorar el ánimo de su ocupante. La mesa era verde claro, como siempre. Las paredes amarillo pastel. Un ambiente de kindergarten para un genocida convicto.
Empezó a destapar cajas: medicinas, grabaciones, un pequeño ordenador de última generación, alimentos comprimidos para más de cincuenta años, un equipo de fabricación de agua, un equipo de reciclaje de prendas de vestir. Casi doscientos kilos de mundo civilizado a su disposición en medio de un erial entre los sistemas poblados.
Llevaba horas trabajando. Se había propuesto hacerlo todo con lentitud extrema para tener algo en qué ocuparse el mayor tiempo posible y, sin embargo, ya casi había terminado. La rutina se había encargado de ello. Normalmente no había tiempo que perder, había que darse prisa en la instalación para salir a explorar, recoger datos, procesarlos, reunirse a contrastar opiniones, redactar un informe, decidir, clasificar para el archivo central, desmontar, olvidarse, cambiar de mundo, volver a montar.
Ahora no.
Ahora ya nunca. "



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