El destino de la carne (fragmento)Samuel Butler
El destino de la carne (fragmento)

"La luna había salido, y el emparrado cada vez estaba más húmedo, de modo que otros anhelos quedaron aplazados para un momento más propicio. En otras ocasiones, Christina se veía a sí misma y a Theobald plantando cara al desprecio de todo el mundo al enfrentarse a una titánica tarea que iba a redundar en beneficio de su Redentor. Se sentía capaz de hacerle frente a todo por conseguirlo. Pero siempre, al final de la visión, tenía lugar una pequeña escena de coronación en las elevadas regiones celestiales en la que el propio Hijo del Hombre la coronaba con una diadema en medio de un ejército de ángeles y arcángeles, que la miraban con envidia y admiración. Y ni siquiera Theobald participaba en dicha ceremonia. Si existiera algo así como un dios de la Rectitud, Christina seguramente habría simpatizado con él. Su padre y su madre eran personas muy estimables, que en su momento recibirían cómodos alojamientos en el Cielo, al igual que sus hermanas y, tal vez, sus hermanos, pero a ella se le reservaba un destino elevado, y su obligación era no olvidarlo nunca. El primer paso para conseguirlo era su matrimonio con Theobald. Sin embargo, a pesar de estos delirios de romanticismo religioso, Christina era una joven de un carácter bastante agradable que, si se hubiera casado con un buen hombre laico, como por ejemplo el propietario de una casa de huéspedes, se habría convertido en una buena patrona que habría sido merecidamente popular entre sus huéspedes.
Así era el noviazgo de Theobald. La pareja se intercambió más de un regalo, y más de una pequeña sorpresa. Nunca discutían, ni coqueteaban con otras personas. La señora Allaby y sus futuras cuñadas idolatraban a Theobald, a pesar de que iba a ser imposible encontrar otro diácono y jugárselo a las cartas mientras Theobald siguiera ayudando al señor Allaby, trabajo que ahora desempeñaba de forma gratuita, no obstante, dos hermanas lograron encontrar marido antes que Christina se casara, y en ambas ocasiones Theobald fue el señuelo. Al final, sólo dos de las siete hijas permanecieron solteras.
Tres o cuatro años después, el anciano señor Pontifex se acostumbró al noviazgo de su hijo y empezó a considerarlo como algo que se había ganado el derecho a la tolerancia. En la primavera de 1831, más de cinco años después de la llegada de Theobald a Crampsford, quedó vacante una de las rectorías de la universidad, siendo rechazada inesperadamente por los dos colegas que precedían a Theobald, que la aceptó de inmediato. Iba a proporcionarle no menos de 500 libras anuales, así como casa confortable con jardín. Además, el señor Pontifex se comportó de una manera mucho más generosa de lo que se esperaba y legó 10.000 libras a su hijo y a su nuera, cantidad de la que podrían disponer mientras viviesen así como legar a su descendencia, según acordasen ellos mismos. En el mes de julio de 1831 Theobald y Christina se convirtieron en marido y mujer. "



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