El viaje de Baldassare (fragmento)Amin Maalouf
El viaje de Baldassare (fragmento)

"El centésimo nombre.
¡El libro de Mazandarani!
¡Quién podía esperar encontrárselo en aquella casucha!
-Hayi Idriss, éste es un libro infrecuente. No se tendría que separar vuestra merced de él así como así.
-Ya no es mío, ahora es vuestro. Quedaos con él. Leedlo. Yo no he podido leerlo nunca.
Pasé las páginas con avidez, pero allí no había luz, y no pude descifrar más que el título.
¡El centésimo nombre!
¡Dios del Cielo!
Al salir de su casa con aquella preciosa obra bajo el brazo me encontraba en estado de embriaguez. ¿Será posible que este libro, que todo el mundo codicia, se halle en estos momentos en mi poder? Cuántos hombres no han venido desde los extremos de la tierra en su busca, y les he respondido que no existía, cuando se hallaba a dos pasos de mi casa, en la casucha más miserable. Y, además, este hombre al que apenas conozco me lo regala. Todo esto es tan inquietante, tan inimaginable... Me sorprendí a mí mismo riendo en plena calle, como un idiota.
Así estaba yo, embriagado pero todavía incrédulo, cuando me interpeló alguien que pasaba por allí.
-Balsassare efendi.
Reconocí inmediatamente la voz del jeque Abdel Bassit, el imán de la mezquita de Gibeleto. Lo que no sé es cómo me reconoció, porque es ciego de nacimiento y yo no había dicho ni una palabra...
Fui hacia él, y nos saludamos con las fórmulas habituales.
-¿De dónde viene vuestra merced con tanto alborozo?
-Vengo de ver a Idriss.
-¿Le ha vendido un libro?
-¿Cómo lo sabe vuestra merced?
-¿Por qué otra razón podría vuestra merced ir a casa de ese pobre hombre?-dijo riendo.
-Es cierto-dije yo, riendo de la misma manera.
-¿Un libro impío?
-¿Por qué iba a ser impío?
-Si no lo fuera, me lo habría ofrecido a mí.
-A decir verdad, todavía no sé gran cosa del contenido de este libro. En casa de Idriss no hay luz, y me iba a casa a leerlo.
El jeque tendió la mano.
-Enséñemelo vuestra merced.
En sus labios entreabiertos hay de manera permanente una especie de sonrisa en espera. Nunca sé cuándo sonríe de veras. El caso es que tomó el libro, lo hojeó durante unos segundos ante sus ojos cerrados y luego me lo devolvió, diciendo:
-No hay luz aquí, no veo nada.
Y esta vez rió sin reservas, mirando hacia el cielo. No sabía yo si por educación tenía que unirme a su júbilo. En la duda, me limité a una ligera tosecilla, a medio camino entre la risa ahogada y el carraspeo.
-¿Y qué libro es?-preguntó.
A un hombre que ve le puedes ocultar la verdad; mentir es a veces una habilidad necesaria. Pero a quien tiene los ojos apagados, mentirle es miserable, una bajeza, una indignidad. Por cierto sentido del honor, y tal vez por superstición, no podía decirle más que la verdad; aunque la envolví con prudentes condicionales. "



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