Becket o el honor de Dios (fragmento)Jean Anouilh
Becket o el honor de Dios (fragmento)

"Guendalina: Soy cautiva de guerra de vuestra señoría y os pertenezco. Dios así lo ha querido, puesto que ha dado la victoria a los normandos. Si los míos hubieran vencido, a estas horas estaría casada con un hombre de mi raza, en el castillo de mi padre. Pero no ha sido la voluntad de Dios.
Becket: Es una moral como otra cualquiera. Pero no olvides que yo pertenezco también a una raza vencida. Sigue cantando.
Guendalina: Yo os hubiera seguido a pesar de todo, porque os quiero. (Lo ha dicho con mucha seguridad. Becket se levanta y se aleja de ella. Ella le mira angustiada.) ¿Qué tenéis, mi señor? ¿Qué os he dicho de malo?
Becket: (Grave.) Nada. Que no me gusta que me quieran. (Se abre la cortina. Aparece El Rey. Detrás de él hay gran tumulto entre los barones. Lo vemos en sombras chinescas.)
El Rey: (Un poco borracho.) ¡Tomás! Se están batiendo con los tenedores. Han llegado a la conclusión de que eran magníficos para sacarse los ojos. Ve! ¡Corre! ¡Te los van a romper! (Becket pasa detrás de la cortina y se le oye.)
Becket: Señores, señores, que no son armas mortíferas. Sirven para pinchar la carne. Os voy a hacer una demostración. (Grandes carcajadas. El Rey avanza hacia Guendalina.)
El Rey: ¿Eres tú quien cantaba durante el banquete?
Guendalina: (Reverencia.) Sí, señor.
El Rey: Reúnes muchas cualidades. Levántate. (Le ayuda a levantarse y aprovecha para acariciarla. Ella se aparta molesta. Con sonrisa malévola.) Te doy miedo... (Llama.) ¡Eeh! ¡Callaos! Venid a escuchar un poco de música. Una vez satisfecho el vientre, conviene dedicarle algo al espíritu (Becket y los cuatro barones han entrado. El Rey se tumba en la cama cerca de Guendalina. Los barones, aflojándose los cinturones y dando resoplidos, se sientan en los escabeles que hay repartidos por escena. No tardarán en caer en un profundo sopor Becket se queda de pie.) Se come muy bien en tu casa. ¿Dónde has robado el cocinero?
Becket: Lo he comprado, señor. Es francés.
El Rey: ¿Y no tienes miedo de que te envenene? ¿Cuánto te costó?
Becket: Lo que un caballo, señor.
El Rey: (Sinceramente indignado.) ¡Qué tiempos! ¡No hay hombre que valga lo que un caballo! (A Guendalina, que ha empezado a tocar.) ¡Más triste! ¡Más triste! Tomás, dile que cante la canción sobre la historia de tu madre. ¡Me entusiasma!
Becket: (Serio.) A mí no.
El Rey: ¿Por qué? ¿Te avergüenza ser hijo de una sarracena? Tal vez sea eso lo que te ha proporcionado la mitad de tus encantos, imbécil. Yo adoro esa canción. (Guendalina duda. Mira a Becket. El Rey dice frío.) Es una orden; cántala.
Becket: (Serio.) Cántala.
Guendalina: (Canta.)
El bravo Gilberto
a la guerra fue.
Sale en un hermoso
claro amanecer.
De Dios, señor nuestro,
salvará la fe.
¡Ay! ¡Ay! Pobre corazón.
De día y de noche
llora sin amor
Llora sin amor.
El Rey: ¿Qué más?
Guendalina:
Con los sarracenos
en batalla entró.
A golpes de espada
camino se abrió.
Mas de su caballo a
tierra cayó.
(Estribillo)
(Lo canta también el Rey, desafinando.)
Malherido y preso,
hierros en los pies,
al bravo Gilberto
llevan a vender,
esclavo, al mercado,
mercado de Argel.
(Estribillo.)
El Rey: A mí es una historia que siempre me hace llorar. Parezco un hombre cruel, pero en el fondo soy un niño. ¿Por qué no te gusta que la cante? Es maravilloso ser el hijo de dos personas enamoradas de verdad. Cuando veo las caras de mis augustos padres tiemblo al pensar en “ciertas” cosas y en “ciertos” momentos. Es hermoso que tu madre ayudara a tu padre a evadirse, y que viniese a Londres a reunirse con él, llevándote a ti en sus entrañas. Canta el final.
Guendalina: (Canta.)
Bella sarracena
hija del pacha
prendida en su llama
a sus brazos va.
Su pasión le jura,
su esposo será.
¡Paz! ¡Paz!, canta el corazón.
De noche y de día
rebosa de amor. "



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