El ángel oculto (fragmento)Lorenzo Silva
El ángel oculto (fragmento)

"Al articular aquella última D se le había notado la extranjería. Acaso por querer intensificarla demasiado. Me envenenaba que aquella zorra me estuviera chuleando, mientras restregaba los pies contra el sofá de cuero y se abrazaba a su albornoz color marfil. Me ofendía también, aunque de forma algo más confusa, que fuera tan alta y su cutis se viera tan inmaculado y tuviera aquel cuello de gacela. En ese momento me vino a la memoria, después de haberlo estado buscando, el nombre de pila que había adoptado para sustituir al original, que no debía satisfacerla tanto como el apellido: Liana. También me detuve a recordar cómo había llegado a poseer aquel albornoz, una mansión con piscina en una de las mejores urbanizaciones de Madrid y una esclava india. Cinco años atrás la policía la había descubierto, con otros veinte inmigrantes ilegales, en un taller de confección oculto en los sótanos de un restaurante chino. Los otros habían sido en su mayoría reexpedidos a su tierra, pero ella se las había arreglado para captar de forma especial la atención del profesor Navata, próspero penalista y catedrático, que se había visto envuelto en aquel incidente en su condición de presidente de la asociación pro derechos humanos que había ofrecido su inmediata asistencia a los inmigrantes. No se pudo evitar la expulsión de la mayoría de ellos, pero sí la de Liana, merced a su entrada en el servicio doméstico de Navata. En sólo un año lo había persuadido de librarse de su mujer y sus hijos y ahora reinaba despóticamente en su corazón y sus cuentas corrientes. En su fulgurante adaptación a las nuevas circunstancias, Liana había exhibido una astucia natural que junto con su presunta sensualidad salvaje eran la comidilla de medio Madrid, dudoso entre compadecer y envidiar al atrapado Navata. Yo había oído algunos chismes acerca de la depravación de aquella devoradora, chismes que iban desde la vulgaridad hasta la más delirante fantasía, y la gestión que acababa de hacerle no me disuadía de dar crédito a alguno de ellos. En cualquier caso, ya me había escupido bastante. Le tendí el pagaré y me puse en pie para marcharme de su intimidante presencia. "


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