Las islas que van quedando (fragmento)Mauricio Electorat
Las islas que van quedando (fragmento)

"Pensé que debían de ser las cuatro de la mañana, que al día siguiente, a las nueve, estaría vendiendo billetes y respondiendo a las preguntas más inimaginables de noviecitos con acné dispuestos a conquistar todas las estaciones de trenes de Europa y de parejas de jubilados rumbo a Varadero o a algún otro lugar con calor y mosquitos, que haría eso hasta las seis, como cada semana y que esa semana se agregaría a otra semana y así hasta no sé si el final de los tiempos, pero sin duda hasta el final de mis días. Resentimiento, llamémoslo así, ¿y quién no, si lo vienen a sacar a uno de la cama en mitad de la noche para contarle semejante banalidad? Dije:
-Un divorcio más, ¿y?
Sorel me quedó mirando con ojos desorbitados, me va a tirar el pacharán a la cara, pensé, se levanta, me abofetea y me escupe el pacharán en las orejas.
-No es un divorcio más, pelotudo, es "mi" divorcio, y vos sos "mi" amigo...
Los ojos verde agua que hacían tanto en contraste con su tez morena, con los cuales causaba estragos entre el personal femenino (el primer deber de un escritor, decía cuando estaba de humor y medianamente borracho, es ser guapo, y se reía el cabrón), esos ojos verde agua seguían queriéndosele salir de las cuencas.
-¿O no sos mi amigo, Turco?
-Claro que soy tu... -y no alcancé a decir sí lo era porque se llevó las manos a la cara y, como un niño, sollozó. Cubriéndose el rostro con ambas manos. Con hipo. Con violentas sacudidas de los omóplatos. Sorbiéndose los mocos. Gimiendo como un perro envenenado. A mí, la verdad, el llanto... Traje papel de baño (de water, kleenex nunca tengo, carencias de soltería), traté de dárselo, pero no pude, porque él tenía las manos ocupadas y no había donde dejarlo, no había, por ejemplo, mesa de centro, la única era la del comedor, adosada a la pared, pero estaba un poco lejos. Bueno, Julián, cálmate, estas cosas ocurren, iba a decir ya va a pasar, sintiéndome el perfecto imbécil que dice ya va a pasar en todo tipo de circunstancias, cuando él:
-Está embarazada.
-¿Quién?
Me senté en una de las sillas del comedor.
-Paula, quién va a ser, está embarazada, ¿entendés? Dije:
-No entiendo nada.
Pero me imaginaba todo. O sea, en realidad, entendía todo. Y "todo" en este caso era Milagro, así, en singular. La había conocido en las fiestas de Gracia, el verano pasado. Paula estaba en Buenos Aires y Sorel acababa de firmar el contrato por su nueva novela, "precisamente esa, la que nunca pensé que iba a terminar, ¿entendés?". Y, además, el contrato era, contrariamente a lo que suele ocurrir, mucho más jugoso de lo que él, ni su agente, ni su mujer, ni ninguno de sus amigos esperábamos. Resumiendo, Sorel era millonario. Y estaba soltero. Y era pleno verano. Y estábamos muy, pero muy lejos de cumplir los cuarenta años. O al menos eso creíamos. Y este relato, en realidad, se debería acabar aquí. Y fueron felices comiendo perdices. Chao. El problema es que no se acaba aquí y no es que pasó por un zapatito roto y se casó con otra. No. Es que pasó lo que conchadesumadremente, hijodeputamente, tenía que pasar. Entonces sigamos, qué remedio. Hubo una noche, no sé, un bar por los alrededores de la plaza de Francesc Macià, por esos barrios "conchetos" que yo no solía frecuentar, pero Sorel sí, porque allí estaba la agencia de Carmen Balcells, que era su agente, y él vivía a pocas cuadras de la Vía Augusta y sus libros ya le daban dinero, el suficiente como para comprarse cazadoras de cuero en Fuster y zapatos en la rambla de Cataluña. O sea, Sorel era un escritor, digamos, "hecho y derecho", cuando yo aún vendía y vendería toda mi vida billetes de tren y cruceros en la agencia de viajes de Max y, en secreto, en el secreto de los bares de mala muerte de la Plaza Real y de los callejones de la Estación de Francia y de la Barceloneta, escribía unos poemas deshilvanados y tristes, llenos de citas de poemas épicos medievales. "



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