Hora cero "Hay domingos, como te iba diciendo, en que uno bebe hondos silencios, amargos como vino de sangre, domingos inconclusos y tediosos en que el mar palidece y una sombra se ciñe a nuestra sombra y el aroma de un cactus penetra la indomable parsimonia del tiempo, y tú no estás, y nadie, ni siquiera yo mismo, se encuentra en los contornos. Hay domingos en los que los objetos, estas cerillas retorcidas por su propio fuego, como mi corazón, estos floreros, estas flores que mueren, como mi corazón, claman, piden, asedian, se interponen en todo, me hacen sentir que todo lo he perdido. Hay domingos así. Hay domingos de largas avenidas. Hay domingos sin tregua, sin un solo coral, sin una sola ola, Sin esa diminuta piedrecita de ámbar que uno quisiera a veces encontrar en la vida. Hay domingos como éste, en los que tú no estás ni yo respiro, domingos coleópteros, afiebrados, como largos discursos, domingos con sus telas, domingos con sus lienzos, domingos con sus listas de todos los domingos, con sus pequeños ruidos, su teléfono, domingos que te allanan y te violan, acotadas marismas donde un alud de nada y de piedras sin nombre imitan la espesura, tienden trampas amargas, cabinas que cobijan la luz lunar y el tedio. Hay domingos inciertos, domingos como hechos para el hombre que soy en esta hora. Hay un Santo Domingo y un maldito domingo, un maldito domingo aquí en Santo Domingo, un domingo que es todos los domingos, un asqueroso y nauseabundo día domingo que se prolonga indefinidamente. Un domingo que contempla su lunes, su semana irrestricta, como si se mirara en un espejo. " epdlp.com |