Elogio de la diferencia: el complejo de Procusto (fragmento)Vladimir Volkoff
Elogio de la diferencia: el complejo de Procusto (fragmento)

"PROCUSTO o PROCRUSTO, bandido del Ática que, no contento con despojar a sus viajeros, les hacía tenderse sobre una cama de hierro, les cortaba los pies cuando superaban su longitud o les hacía estirar por medio de cuerdas cuando no la alcanzaban. Petit Larousse Illustré, 1917.
Pero, como muchos otros factores —vecindad, fortuna, alianzas, pasiones— son al menos tan determinantes en el convenio de los matrimonios nobles como la valentía de los cónyuges, no debe extrañarnos que los gentilhombres no sean tan diferentes del común de los mortales como los podencos de los gozques y Bucéfalo de Rocinante.
Sin embargo, la fuerza de la persuasión es tal que la teoría de la herencia de las virtudes, por otra parte apoyada por ciertos parecidos físicos y a veces incluso por ciertas similitudes morales, se verifica en la realidad con mayor frecuencia de lo que debería. Instado por Don Diego a comportarse como «digno hijo de un padre como él», Don Rodrigo no puede responder: «Mi señor padre, yo no creo en los atavismos». Simone Weil habla con gran acierto del poder de una orden, que permite llevar a buen término una misión por la que nunca nadie se hubiera presentado voluntario: semejante poder se oculta en el refrán «nobleza obliga». Obliga, ¿a qué? Ni a pagar las facturas de los sastres, ni a permanecer fiel a su mujer, ni a presentar la mejilla izquierda tras la derecha. Pero ¿y a lanzarse el primero al asalto?
Ahora bien, la persuasión misma cambia de propósito con el curso del tiempo. ¿Qué habrían pensado los normandos, esos forzudos reitres, y los cruzados, esos soldadotes, de los elegantes aires con que se hacían guillotinar sus descendientes? Los descendientes, por su parte, ¿habrían acaso recibido a sus malolientes ancestros a su mesa? Lo dudo, y esto confirma el hecho de que la nobleza no se distingue del vulgo por la posesión de cualidad especial alguna, transmitida de padres a hijos.
Dostoievsky se encuentra en el tren con un gentilhombre, medianamente inteligente, que pretende ser «diferente» porque es noble. Dostoievsky, noble también él, pero de ideas sociales avanzadas, se indigna. ¿Qué significa esto? ¿Acaso no son todos los hombres iguales en dignidad? ¿No son todos ellos hijos de Dios? ¿No le llegará la salvación a Rusia por manos de los mujiks? El otro sigue en sus trece: tiene la sangre azul (y blancos los huesos, precisan curiosamente los rusos; mi abuelo, el de los calendarios y los solitarios, un día en que se hizo un corte hasta el hueso se declaró satisfecho de sus orígenes). Darle en la cresta al pasajero no iba a convencerle de nada: también él sabe muy bien que se trata de una metáfora. Por otra parte, lo imaginamos como un hombre de bien, que no desprecia a nadie y asume sus responsabilidades... pero es diferente. No es que se vanaglorie de proceder de Rurick, de Gengis-khan o de los nobles guerreros, pero es diferente. Su familia ha sido ennoblecida hace dos o tres generaciones, y él es diferente. No tiene inmensas propiedades, no manda ejércitos, no tiene más que una pretensión, ser diferente. Y lo es. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com