Los judas de Jesús (fragmento) "La historia del espíritu humano, en el plano teológico, es nublada por la guerra sostenida entre dos "principios" diametralmente opuestos: la fe y la razón, y llena de esfuerzos hechos por los abogados de las concepciones absurdas, en el sentido integral de la palabra, para dar a su lucha contra la razón apariencias razonables. Los hombres poseen medios inherentes a su naturaleza de comprobar la realidad sensible y de establecer la verdad: los datos de los sentidos, corregidos por la experiencia y por la razón misma, intuitiva o discursiva, que actúa en el marco de los principios inmutables. Por laboriosos y restringidos que sean los métodos racionales, los hombres no cuentan con otras vías para proseguir su tarea de investigación, de adquisición y de organización, en el campo de la ideología y de la actividad moral, que esas "luces naturales". Sin embargo, se imponen a sí mismos certidumbres de otra especie. Hay todo un orden de supuestas verdades y realidades que contradicen a la razón y están instaladas únicamente sobre la creencia; es decir, metafísicamente, sobre nada. Están asentadas en el vacío, a priori, para emplear la terminología de los lógicos. Este procedimiento vicioso trastorna el pensamiento y la vida. La creencia es la ratificación soberana, otorgada por el "yo" a una afirmación. Es un compromiso real de la persona, una manifestación de dictadura individual. En un espíritu sensato, la convicción responde a un razonamiento, es su término orgánico, aunque él tenga la brevedad de relámpago de la síntesis intuitiva ("Pienso, luego soy"). Es un resultado, una conclusión; por consiguiente, una parte, no un todo. Se puede decir: es la extremidad humana de la realidad. Se cree en alguna cosa, porque ésta es evidente. Y he aquí que, en materia religiosa, se decapita ese sistema armónico, se suprime la cadena deductiva o inductiva, la pirámide de las pruebas, y se promulga la convicción pura y simple, la consecuencia sin la causa. Se esfuerza al espíritu humano a funcionar al revés. Se llega a esta fórmula caótica: una proposición se hace evidente, porque se cree en ella. Reducida a ella sola, la creencia es loca. Es inconsistente, informe, no es más que una afirmación desnuda que gira sobre sí misma, no prueba nada fuera de sí misma y no se basa más que en sí misma. No es más que una expresión verbal. No es un fundamento; al contrario, necesita un fundamento racional que la ponga en contacto con la realidad. Los prejuicios más bárbaros, las supersticiones más absurdas han tenido sus creyentes y los tienen todavía. La adhesión inmediata, plena y completa del espíritu humano a principios primordiales, cual el principio de identidad, por ejemplo, esa adhesión que se podría, fiando en las apariencias, asimilar a la creencia irrazonada, no es de la misma naturaleza. Proviene de una conformidad profunda y esencial. Esos principios, o, si se quiere, esos dogmas, corresponden a la naturaleza y a la forma misma de nuestra razón, que recibe en seguida y en todo caso confirmación de sus percepciones; por ejemplo, un cerebro normal no podría admitir sin que toda la estructura interior cayera en ruinas, que una cosa pueda, a la vez ser y no ser, o, en un orden de evidencia más práctica, que pueda haber un efecto sin causa. " epdlp.com |