La flor pisoteada (fragmento)Ronald Firbank
La flor pisoteada (fragmento)

"Ella lee con tal ritmo que cuando le pregunté dónde había aprendido a leer tan rápido, me respondió que en las pantallas de los cines -se lamentó.
-No la considero para nada una persona distinguida, comentó la Condesa mientras su mirada iba más allá de la habitación.
Era una habitación tallada artesanalmente, bastante alta, conectada por elevadas puertas de cristal con las habitaciones circundantes. Mirando hacia una de ellas, la condesa podía ver reflejado el "trono" y una pequeña pieza de Chippendale rota, traída desde Inglaterra, que servía de base para un teléfono forjado de bronce dorado y cristal duro, sobre la que los rayos del sol emitían lúdicas chispas. Los tapices que representaban los amores de Mejnoun y Leileh medio ocultaban los bordes de argénteos de las paredes, mientras que en el resto de la habitación viejas y maravillosas alfombras de Chirvan mostraban azarosos jardines llenos de flores de todas las especies. Entre las ventas había huecos con doseles despojados de sus estatuas por deseo de la Reina, con el fin de que pudieran parecer sugerentes, mientras que a través de las ventanas, la mirada de la Condesa pudo atrapar más allá del patio delantero del castillo una panorámica de la ciudad, con el Teatro Estatal y los Acuartelamientos, El Parlamento, el Hospital y bajo la cúpula blanca, coronada por tejas de color turquesa, la Catedral, conocida por todos los feligreses como el Jesús Azul.
-Sería una conexión horrible, continuó la Reina, y eso nunca debería suceder, nunca.
A modo de respuesta la Condesa intercambió con su Soberana una mirada conocida en los círculos de la Corte como una mirada torturadora de animales:
-Su Majestad Oriental -observó- a juzgar por el ruido parece que ya se han hecho amigos de la pandilla.
La Reina se agitó en medio de los cojines.
-Por el bien del comercio del país, una alianza con Dateland no debería ser despreciada -replicó-, entrecerrando los ojos, como si de algún modo los lingotes del Estado no tuvieran otro fin que satisfacer sus salvajes caprichos. Quizás se plantearía excavar (en busca de objetos de arte) en las ruinas de Chedorlahomor, un arrabal de Sodoma.
¿Acierto, Señora, si me dispongo a asumir sus bananas? -preguntó la Condesa.
Pero en ese momento se abrió la puerta y el Príncipe con su rostro cansado y uniformado con todas sus condecoraciones, entró en la habitación.
Realmente atractivo, su rostro carente de inocencia y de tez magnolia exhibía gratamente unos ojos indomables y unos dientes como perlas perfectas.
-¿Los has visto? ¿Cómo son...? Díselo a tu querida madre-exclamó la Reina.
-Son simplemente terribles, murmuró con voz tediosa el Príncipe que había estado en la estación para dar la bienvenida a los viajeros.
-¿Están vestidos a la usanza europea? -preguntó su madre.
-El Rey llevaba un abrigo y una gorra.
-¿Y ella?
-Una falda de tartán y medias de lana. "



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