Los siete aromas del mundo (fragmento)Alfred Bosch
Los siete aromas del mundo (fragmento)

"Me volví para marcharme. Aquel cuchitril de literatos no tenía nada más que ofrecerme. Las murmuraciones de adulación y las risas de los colegiales se las podían quedar todas para ellos. Regresé a la calle, porque yo tenía una misión en la tierra. Era un hugonote, sí, era un refugiado protestante que había huido de su católica majestad francesa, poco después de que el astro coronado decidiese revocar el edicto de la tolerancia. Yo era un apestado, y no quería saber nada de los olores que desprendían los hombres distintos y las tierras remotas. Yo sólo apreciaba dos aromas: el del Altísimo y el de Satán.
El ferial humano de Londres era muy turbio, pero era mejor que el de mi comarca natal. En Francia gobernaba la presunción, todo se intercambiaba, desde títulos y honores hasta tierras, nombres y debilidades: los bienes más preciados tomaban forma de puta, de mujer, de esposo, de niño, de esclavo, de plata o de sangre. La única cosa que no se toleraba era la fe pura, la del creyente digno y decoroso, la del fiel que se negaba a pasar por la franquicia de Roma. Hablar y escuchar a Dios en directo, sin someterse a oficiantes hipócritas, estaba prohibido.
Desde que había llegado al Soho había encontrado en él un refugio de comprensión. Mis sermones eran apreciados y mis tribulaciones pasadas eran veneradas. Fuera del barrio hugonote, un poco por todas partes, la ciudad me regalaba jardines de reposo y de compañerismo. Incluso en el caos general, cuando deambulaba por las calles de frivolidad y codicia que cualquier mercado incorpora, y el de Londres no era ninguna excepción, yo no era el hereje o el criminal. Quizá aquella ciudad desprendía los aires del vinagre, quizá sí, pero no se podía comparar con el estiércol irrespirable de Francia.
Uno de los mejores consuelos de vivir en una ciudad libre era criar a los tuyos como más te placiera. Félix podía estar a mi lado, y lo que eran extravagancias para los demás, para él eran seguridades. Si lo quería con severidad, era porque yo era así, y si no hubiera sido así, no habría sido yo mismo, sino que habría sido otro. Y en las horas extremas, cuando el pecado me roía, cuando sufría mis demonios y mis abominaciones, él estaba conmigo. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com