Bilbao-New York-Bilbao (fragmento)Kirmen Uribe
Bilbao-New York-Bilbao (fragmento)

"Me acuerdo muy bien de Miguel, el maquinista. Cómo podría un niño olvidarlo, si desembarcaba con sus fascinantes miniaturas de barco en las manos. Eran tan largas las horas que pasaba en la sala de máquinas, que mataba el tiempo confeccionando pequeñas reproducciones. Eso, cuando había buena mar.
En el pueblo hay una gran tradición de maquetistas de barcos. La maqueta más antigua que se conserva es una fragata, del siglo XIX, que está colgada en la ermita de La Antigua. La debieron de hacer José Mauri y Káiser, cumpliendo votos con la iglesia.
Con posterioridad la fragata de La Antigua fue restaurada por Fernando Iramategi en la década de los cincuenta. La fama de Fernando Iramategi se había extendido más allá del pueblo, sobre todo entre los veraneantes. Ricardo Bastida y José María Oriol y Urquijo apreciaban mucho su trabajo. Sobre todo Oriol. En una ocasión Oriol vio un precioso barco en un escaparate. Aquél también era de Iramategi, no había duda. Según Oriol, ése era el barco más extraordinario que había visto en la vida. Una obra de arte. Era asombrosa la manera en que cuidaba hasta el más ínfimo detalle. Iramategi lo concibió como la cima de su arte.
Tan impresionado quedó Oriol con el velero que le pidió al artesano que se lo vendiera, que le pusiera precio, por favor, que él se lo compraba. Le daría todo el dinero que quisiera por aquel trabajo. Le daba igual cuántos miles de horas hubiera necesitado para hacer el barco. Se las pagaría todas, y bien pagadas. Pero Iramategi le dijo que no. El artesano era un hombre muy recto, había dado su palabra y no podía hacer algo así. Y así se lo dijo a Oriol, que aquel barco era para un sorteo y que no había vuelta atrás. Que si quería que comprara un boleto y que esperara a que Dios o la suerte decidieran.
José María Oriol no se quedó tranquilo tras la conversación con Iramategi. Y cada vez que contemplaba aquel precioso barco las tripas le daban vueltas. Lo quería para él, costara lo que costara. No concebía la idea de que otro disfrutara de ese barco en su casa, simplemente porque había sido más afortunado en el día del sorteo. A Oriol no le gustaba dejar las cosas en manos de la suerte. Ni en la vida ni en los negocios. A Oriol le gustaba tomar decisiones, era de los que piensan que hay que aprovechar las oportunidades.
Por fin llegó el día del sorteo. Oriol fue comprando, de uno en uno, todos los boletos, él fue el primero en hacerse con los papelitos blancos. Y así se hizo dueño de aquel precioso barco del maestro Iramategi. Algunas cosas no hay que dejarlas a merced del destino, por lo que pueda pasar.
A Miguel Gallastegi en el pueblo le llamaban Miel Madrileñu. Tenía muy bien puesto el mote, y es que había nacido en Madrid, a pesar de que el padre era oriundo de Ondarroa. Probablemente su padre no había nacido para el mar, ya que se mareaba, y la familia lo mandó a Éibar a trabajar en la fábrica de armas Star.
Allí se dieron cuenta de que el chaval tenía dotes y lo mandaron a la sede de la Casa de la Moneda, a diseñar monedas y billetes. Se casó en Madrid, e incluso alcanzó una buena posición, ya que durante el estío se hospedaban en el balneario de Urberuaga, como los veraneantes. "



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