El día del chacal (fragmento)Frederick Forsyth
El día del chacal (fragmento)

"El Chacal tiró de la fina tela, hasta que el salto de cama se deslizó silenciosamente hasta el suelo.
La dama empujó al Chacal por los hombros para obligarlo a tenderse en la cama; luego, lo agarró de las muñecas y las mantuvo apretadas contra la almohada. El Chacal la miró fijamente mientras ella se arrodillaba sobre él, apretando sus costillas con fuerza entre los muslos. La baronesa le sonrió; dos mechones de su larga cabellera cayeron sobre sus pezones.
—Bon, mon primitif, a ver cómo te portas.
Durante tres días la pista pareció totalmente perdida para Lebel, y en cada reunión de la noche la opinión según la cual el Chacal se había largado de Francia en secreto con el rabo entre las piernas era cada vez más general. En la reunión del día 19, ya era el único en sostener el criterio de que el asesino seguía encontrándose en Francia, oculto en algún lugar y esperando su momento.
—Esperando, ¿qué? –dijo Saint Clair aquella noche–. Lo único que puede esperar, si sigue aquí, es una oportunidad para correr hacia la frontera. En el momento en que salga de su escondrijo caerá en nuestras manos. Todas las fuerzas armadas lo acosan, no tiene dónde ir ni cuenta con nadie que pueda protegerlo, si es correcta su suposición de que trabaja en completo aislamiento respecto de la OAS y de sus simpatizantes.
Hubo un murmullo de asentimiento general; la mayoría de los presentes empezaba a afirmarse en su opinión de que la Policía había fracasado y de que el veredicto original de Bouvier, según el cual la localización del asesino era puramente una tarea detectivesca había sido erróneo.
Lebel movió la cabeza con obstinación. Estaba cansado, exhausto por la falta de sueño, la tensión y la preocupación, por tener que defenderse a sí mismo y a su personal de los constantes ataques de unos hombres que debían sus encumbradas posiciones más a la política que a la experiencia. Era lo bastante inteligente para comprender que si se equivocaba estaba perdido. Algunos de los hombres que se sentaban en torno de aquella mesa velarían para que así fuese. ¿Y si estaba en lo cierto? ¿Y si el Chacal seguía al acecho del Presidente? ¿Y si conseguía filtrarse a través de la red y acercarse a su víctima? Sabía que los que se sentaban en torno de aquella mesa buscarían desesperadamente una cabeza de turco. Y sería él. En ambos casos, su larga carrera de policía tocaría a su fin. A menos..., a menos que lograra encontrar al hombre y reducirlo. Con la ventaja de que entonces tendrían que reconocer que había tenido razón. Pero no tenía prueba alguna; sólo una extraña fe que, desde luego, a nadie podría contagiar, en que el hombre a quien buscaba era también un profesional que llevaría a cabo su misión a pesar de todo y contra todos.
En los ocho días transcurridos desde que el asunto le había sido confiado, Lebel había sentido crecer en su ánimo, a pesar suyo, una especie de respeto por el hombre silencioso e imprevisible, el hombre del arma desconocida, que parecía haberlo planeado todo hasta el último detalle, incluidas las previsiones para el caso de que fallaran sus planes originales. En cierto modo, se sentía más cerca de aquel hombre que de los políticos que le rodeaban. Sólo el macizo corpachón de Bouvier, a su lado, con la cabeza hundida entre los hombros y mirando con irritación a los reunidos, le proporcionaba un pequeño consuelo. Por lo menos también él era un detective. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com