El judío de Shangai (fragmento)Emilio Calderón
El judío de Shangai (fragmento)

"Norah y Nube Perfumada congeniaron a las mil maravillas. Ambas tenían en común el elemento más aglutinante de cuantos pueden darse entre dos personas: el sufrimiento. Ni siquiera el amor une tanto como el hecho de haber padecido alguna clase de vejación moral o física. Y, aunque de distinta manera y por diferentes circunstancias, las dos habían sido humilladas. No en vano, detrás de la Norah reina de los bailes del Hotel Majestic, se escondía una joven judía indefensa sujeta al albur del destino. Primero se había quedado huérfana en una tierra que no era la suya, luego se había visto obligada a huir de Alemania en compañía del socio de su padre convertido en su marido, para acabar finalmente encerrada en un gueto controlado por el Ejército Imperial japonés. El caso de Nube Perfumada era aún más sangrante. No sólo había tenido que ejercer de «mujer confort», sino que encima había sido obligada a comerse a una compañera.
Un detalle que ponía de manifiesto la buena marcha de la relación entre las dos mujeres que ahora vivían bajo mi mismo techo, fue el hecho de que Norah compartiera con Nube Perfumada los secretos de las recetas húngaras que, a la postre, era lo único que había heredado de su madre junto con unas cuantas fotografías y unos cuantos anillos y pendientes. Cada día, cuando regresaba del consulado, me encontraba con un nuevo platillo elaborado por Nube Perfumada siguiendo las indicaciones de Norah: gulash a la Csángó, judías a la Jókai, Marhpörkolt (un guiso picante de ternera), Tokány de «los siete caudillos», etc.
A veces, se unían a nosotros Stein y Friedman, quienes hicieron de la búsqueda de música húngara un asunto de amor propio. Después de movilizar a buena parte de su clientela, lograron encontrar sendas obras de Ferenc Liszt, la Rapsodia Húngara y la Sonata en si menor. Algo que colmó de felicidad a Norah. De modo que, entre la música y la comida, la casa se llenó de sonidos y de aromas centroeuropeos, donde la única nota exótica la ponía Nube Perfumada. Era como oír de repente un guqin chino en una taberna húngara, en cuyo interior un pianista excelso estuviese interpretando con maestría una pieza de Liszt.
Aquella complicidad sincera y espontánea, unida al celo que Nube Perfumada ponía en el cuidado de la enferma, cuya mejoría se hizo pronto evidente, me permitió iniciar las pesquisas que me había recomendado Czollek. Cada tarde acudía a dos o tres Casas del Singsong, pero lo único que obtenía eran evasivas de los propietarios. Nadie conocía a la amante de Leon por el simple hecho de que tampoco recordaban haber visto a Blumenthal en sus locales. Al cabo de una semana, decidí buscar la ayuda de alguien más acostumbrado a moverse en aquellos ambientes. Naturalmente, pensé en Lerroux, dada su necesidad de dinero para costearse el opio y la calidad de sus contactos en el mundo del hampa. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com