Ósmosis (fragmento)Yann Queffelec
Ósmosis (fragmento)

"Marc volvió en sí tendido junto a su hijo en medio del sendero. La luna ascendía en un perfecto cielo de tinta donde cada estrella tenía su número grabado en la frente. El Dive murmuraba entre los guijarros, y decir que nevaba era poco.
Necesitó una carretilla para transportarlo. En casa, lo tomó en brazos y lo puso en la cama, en la plegable de abajo, donde él había dormido siempre. Sentado en el suelo, se durmió acariciando la mano rígida que colgaba fuera del lecho. Ni siquiera se le ocurrió llamar al médico. Ni que Pierre pudiera estar muerto.
Por la mañana, curó a su hijo. Había perdido mucha sangre pero no tenía gran cosa, salvo una herida en la frente. Tenía el cuero cabelludo abierto hasta el hueso, unos diez centímetros. Sería una hermosa cicatriz y el pelo volvería a crecer. No se vería. Estaba claro que no tenía nada roto. ¿Quién te lo ha hecho? Pierre respondió con dulzura que era un muchacho muy inteligente. Delirio y mucha fiebre, concluyó Marc, diez días de cama por lo menos. Lo atiborró a aspirinas y limonada. No necesitaba a nadie para restablecerle. Creía en las panaceas que han forjado, desde siempre, la longevidad de las familias: frío para el cerebro, calor para las entrañas, y el buen Dios con todos. Método que no falla, salvo en dos excepciones, cuando Pierre había tenido una úlcera de estómago y cuando él había tenido apendicitis.
Los primeros días le cuidó mucho. Le alimentó personalmente con una cuchara; aplastó pan en leche tibia y azucarada. Dos veces al día cambiaba su apósito, levantaba la gasa con una pinza de electricista pasada por la llama. Dormía a su lado, en las baldosas, y acariciaba su mano ardiente murmurando, con ternura, así, pequeño mío. Le refrescaba la frente con un paño mojado, aguzaba el oído ante su respiración entrecortada. Se dormía cuando Pierre se dormía, pensaba en Nelly.
–Bueno, hijo, ¿y esa inteligencia?
Cuando Pierre no respondió ya a la pregunta, dedujo que la fiebre bajaba. Cuando Pierre se extrañó, se dijo que estaba ya por debajo de los cuarenta y se tranquilizó del todo. Ayudó a su hijo a llegar hasta su habitación, a ponerse un pijama; cambió las sábanas, le acostó en una cama muy fresca, con botellas de agua en la cabecera. «Estás mucho mejor, eres un convaleciente. Hasta la noche, hijo.» Con una sábana hasta la cintura y ojeras de agotamiento, Pierre temblaba sin contestar. Al oír el ronquido del motor del 4 x 4, pareció esbozar una sonrisa. "



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