La educación de un hada (fragmento)Didier Van Cauwelaert
La educación de un hada (fragmento)

"Me ha cogido un ticket rojo parecido a los que dispensan en el mostrador de los quesos. El número del paciente al que llaman aparece en una pantalla electrónica, acompañado de un bip nasal. Todavía faltan cuarenta números para mi turno. Entonces podré llevar a cabo las formalidades necesarias para que me den la ficha que me permitirá ir a esperar a urgencias.
Pegado al cristal de la ventanilla hay un bonito dibujo en el que una amable y sonriente señora saluda: «¡Buenos días!». Veinte centímetros más abajo, la empleada puede seguir poniendo mala cara; el dibujo ya le ahorra el esfuerzo de ser atenta con el público.
Agotado, Nicolás no para de dar vueltas, entre vendajes, escayolas y sillas de ruedas. Es el primer francés que se preocupa por mí. Eso me emociona y me destroza; me resulta casi desagradable, anacrónico. Comprueba la hora e intenta negociar. Como no le sirve de nada («Toda esta gente son urgencias y mi compañera es la única que atiende; en vacaciones, ya se sabe»), grita que la vida de un niño está en juego. Una anciana en silla de ruedas se le acerca y le propone cambiarle el número; a ella no le importa esperar una hora más. De golpe avanzamos treinta y ocho números. Le digo:
—Tú también eres mágico.
No responde. Se siente completamente responsable de mi decisión, de mi capricho; como si él fuera un gran modisto y yo quisiera llevar todos los días un vestido que me ha hecho a medida. Y eso que todavía no hemos hablado del problema que supone el tercer deseo de su hijo.
Se acerca a una máquina expendedora de snacks y me pregunta si me apetece un Mars o un Bounty. No, gracias, le contesto, me reservo para la pierna de cordero. No quiero que se preocupe más por mí. Me gustaría que me hablara de su mujer. "



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