Estrellita del alba (fragmento)Joaquín Dicenta
Estrellita del alba (fragmento)

"Los trovadores gitanos, los poetas de la raza indomable debieron soñar con parejas así cuando improvisaban sus canciones de amor en los rincones de las selvas, al compás lento de los címbalos.
Arrancados parecían los perfiles rojizos de los novios a las pinturas del antiguo Egipto paternal. Ciñera él los arreos de los capitanes faraónicos, empuñara el arco y la flecha, y sería imagen exacta de los guerreros que ayudaron en sus conquistas a los reyes de la sagrada Thémis.
Ella, trajeándola con la corta y flotadora túnica, recogiendo sobre su cabeza una tela de colores vivos y poniéndole una flor de loto entre las manos, fuera trasunto vivo, seductora resurrección de las copthas que duermen el jeroglífico sueño de los muertos a la sombra de las pirámides.
Pura, limpia de cruces, arrogante en lineamientos y color, resurgía en aquellos dos seres de una tribu errabunda la raza simbolizada por la esfinge.
Sus pieles ladrillosas; sus ojos rectos, grandes y melancólicos; sus bocas, de marfileña dentadura; sus cuerpos ágiles, que denunciaban flexibilidades de serpiente y nerviosidades de pantera, recordaban, embellecidas, las pinturas murales que el tiempo respetó y los egiptólogos han descubierto.
Ya sé que los eruditos y los sabios han convenido en que los gitanos proceden de la India; pero los gitanos siguen ateniéndose a su Egipto y yo acepto su documentación. Después de todo, si los sabios de levita y sombrero de copa merecen mayores respetos, no a mínimos son acreedores los zahorís de chaqueta corta y sombrero ancho.
Ellos se llaman, y llaman a los suyos, «Hijos de Faraón», descendientes de aquellos magos y guerreadores que inmortalizaron el imperio de los Ptolomeos.
Acaso en el bosque evocaba las épocas del roto poderío egipciaco, un gitano viejo que, recostado contra un naranjo y poniendo sus ojos en el cielo, libre de nubes, repetía el cantar siguiente:

No hables mal de los gitanos,
que llevan sangre de reyes
en las palmas de las manos.

El resto de la tribu había registrado el fondo de sus albardones para sacar la trapería lujosa a relucir. Hombres, mujeres, niños, se lavaron escrupulosamente en los cristales de un arroyo, haciendo a su jefe él más estupendo de los honores por ellos conocidos. "



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