El escultor (fragmento)José Díez Canseco
El escultor (fragmento)

"En largas horas de trabajo febril, el artista había modelado en la arcilla, la flaca figura de la hembra. Poco a poco, con paciencia pujante, había dado, a la tierra, los contornos definitivos, las líneas que limitaran el cuerpo esquelético de la modelo.
Y en el estudio, como en un mundo de seres petrificados, estaba la figura angustiosa, que imperaba, con su debilidad, sobre los otros seres, plenos de fuerza y poderío.
Sola, como rechazada en medio de la sala, tendía sus manos con gesto mendigo. Y en ella, las manos sapientes del artista acentuaban el gesto mísero y suplicante.
Eran dos. Aquella que sentía temblar los ángulos de su cuerpo; aquella que sentía, con su desnudez, una voluptuosidad extraña; aquella que se estremecía en la estancia, pálida y entumecida. Y aquella otra, la misma, que se veía en la arcilla morena, plasmada en su actitud lacrimosa; postrada imprecante en el pretil mismo de la locura.
Eran dos. Viva y muerta. Aquella que vivía, que sentía en sus venas la carrera dolorosa de su sangre, que sentía a la Muerte adentrarse en su alma triste, tenía una dulce resignación. La otra, la que no sentía, la que tenía el cuerpo frío y muerto, tenía en el rostro la amenaza de su dolor gigante, los labios crispados y blasfemos, y desgarraba sus pechos con desesperación brutal.
Eran dos. Viva y muerta. Una, que a golpe de vida del artista, había adquirido la mueca trágica; otra, que a puro cincel de Dolor, había tornado su rostro indiferente.
Una, cuyos ojos habían cegado de tanto llanto inútil; cuya voz había callado, cansado de exhalar quejas nunca escuchadas; cuyas manos se plegaban al cuerpo hambriento y enflaquecido, porque estaban cansadas en tenderse pidiendo la limosna cuotidiana. La otra, la misma, vivía en la masa sepia de la arcilla, un dolor no sentido. Había nacido de las manos hábiles del artista, y nació con el gesto imprecante, con la súplica imperativa y dolorosa. "



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