La nana y el iceberg (fragmento)Ariel Dorfman
La nana y el iceberg (fragmento)

"Disparé por una calle que bordeaba el cerro y ahí encontré pruebas de que los otros habitantes de Santiago compartían mi falta de interés en el destino desafortunado de nuestros conciudadanos: un joven con una chaqueta de cuero y pantalones bien apretados estaba empujando un auto en panne -un bellísimo Mercedes de color granate, ni más ni menos- mientras el conductor lo animaba y un grupo de hombres de caras fofas y mujeres algo entraditas en carnes brindaban consejos sarcásticos, ni uno de ellos dispuesto a ensuciarse las manos o a ejercitar otro músculo que la mandíbula.
No me cabe duda, Janice, de que tienes meridianamente claro, lo tienes que haber sabido el día en que te dejé en ese sofá ingrato esperando mi retorno, que no soy exactamente un ser altruista, en absoluto el tipo de persona que se devana los sesos ideando maneras de ayudar a sus semejantes cuando tienen problemas -lo contrario de mi famoso padre-. Y sin embargo aquí se dio una ocasión donde comencé a sentir -¿cómo llamarlo?- indignación, supongo; sí, comencé a sentir una indignación sumamente gringa contra esta gente, contra la hostilidad que ellos mostraban hacia ese joven, me dio rabia la envidia de ese público cruel por no tener ellos un auto parecido. Sus recomendaciones empezaron a tornarse vulgares; comprendí que se mofaban del joven porque era homosexual, o ellos, por lo menos, así lo pensaban. Mételo en el tubo de escape, decían. Más adentro, con más fuerza, decían. Necesitas lubricación, mi amor.
Y yo, que recién había rehusado esa marcha de los estudiantes rebeldes, decidí prestarle asistencia, es decir, un hombro, a ese joven, ayudarlo a empujar, en efecto, con más fuerza, según exhortaban los mirones. El conductor, su cara sonrojándose -no sabía yo si del esfuerzo o del miedo o del bochorno-, nos urgía a que persistiéramos, especialmente ahora que la camarilla empezaba a hostigarme a mí también. Epa, ahora los dos se pueden tirar al Cara de Guagua. Oigan, maricones, cuidado con la policía, los van a llevar presos por abuso de menores.
Afortunadamente el motor partió y el joven de la chaqueta de cuero y los pantalones estrechos quiso saber si podían llevarme a alguna parte, y aunque eso significó un aumento de los gritos procaces desde el coro de idiotas -me llamaban m’hijita rica, ven a acostarte conmigo, mi amor, pa’ mostrarte lo que es bueno-, abrí la puerta de atrás y me subí, y partimos. "



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