Relámpagos (fragmento)Jean Echenoz
Relámpagos (fragmento)

"Esas noches, en cuanto se dispone a poner en funcionamiento sus aparatos, todo el equipo se apresura a protegerse. El y sus ayudantes utilizan suelas de corcho, calzan guantes de fieltro o de amianto aislantes y se rellenan los oídos de algodón hasta los tímpanos. A continuación, una vez accionado el interruptor, comienzan a sucederse deslumbrantes relámpagos, más densos y prolongados que los de una tormenta natural, surcados de penachos centelleantes, desabridos, trémulos, para conectar de inmediato con todos los pararrayos de la zona en un radio de treinta kilómetros a la redonda, bajo el estrépito de los arcos eléctricos.
Todo ello, con ser muy sonoro, no molesta demasiado al vecindario, hasta que una noche, llevado por su entusiasmo, Gregor supera los límites y organiza un estruendo descomunal. De pronto todo deja de dormir en Colorado Springs: despertados bruscamente por el enorme volumen sonoro, los aterrados lugareños acuden corriendo en camisón, unos a caballo, otros en carreta de bueyes, otros incluso a pie no obstante la distancia, para averiguar la causa de aquello. Atónitos pero manteniéndose a respetuosa distancia, convencidos de que esos rayos artificiales pueden aniquilarlos de sopetón, permanecen al principio anonadados hasta que los animan esas redes de partículas incandescentes que se deslizan vivamente entre los granos de arena para ir a deflagrar bajo sus talones. De pronto se ponen a bailar sin ritmo alguno como todos hemos visto hacer en las películas del Oeste a los cowboys cuando les disparan a los pies, mientras, en torno al laboratorio, brotan largas chispas estridentes de cada objeto metálico conectado al suelo y, en los pastos vecinos, atrayendo descargas eléctricas con sus herraduras, plácidos caballos de tiro se encabritan y se desbocan espumeando y relinchando más salvajemente que ante el pensamiento del matadero, ante la imagen mental del desuello.
Esta peripecia ampliamente comentada es objeto de una pormenorizada crónica en el comunicado municipal, a cuya lectura los habitantes, al principio indignados y luego solamente descontentos, acaban mostrando cierta indulgencia no exenta de orgullo ante la idea de que tan eminente y poderoso sabio haya decidido afincarse en su terruño. Retorna la tranquilidad a Colorado Springs hasta que Gregor, otra noche, se pasa de la raya intentando emitir una onda eléctrica que en esta ocasión, cada vez más fuerte y para qué andarse con miramientos, debe entrar en resonancia en el interior de la propia Tierra.
Las corrientes necesarias serán más elevadas que nunca, pues las tensiones habrán de alcanzar millones de voltios. Gregor se ha vestido solemnemente para la ocasión: sombrero lustroso, guantes de pécari y levita Príncipe Alberto. Desgrana una cuenta atrás y contiene el aliento hasta que, al accionar su ayudante el interruptor, explota un enorme rayo por encima de la emisora, donde se expande una luz azulada glacial junto con un intenso olor a ozono, al tiempo que gigantescos relámpagos, formato rascacielos, brotan del mástil con un fragor de trueno más desmesurado que nunca. El fenómeno se prolonga unos minutos amplificándose hasta que se detiene de súbito: no más ruido, no más luz, pero sobre todo no más corriente ni modo de encender la menor lámpara. "



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