La reina de la remolacha (fragmento)Louise Erdrich
La reina de la remolacha (fragmento)

"Cuando todo estuvo listo en la mesa cuidadosamente puesta, la tarta de cumpleaños esplendorosa sobre la base giratoria y el ponche tropical servido, fui a llamar a los invitados. En el último instante había puesto sobre la tarta tres ositos que conducían motocicletas. Pronto encendería las velas. La fiesta se había tornado cálida y alegre bajo la dirección de Louis y Celestine. Mary, sentada en el suelo, miraba. Cuando salí del comedor vi que se había desplomado en el vano de la puerta, donde la había dejado. Me agaché y le toqué el brazo. La tela de su vestido era color orquídea, salpicada de zonas oscuras que parecían manchas accidentales. Mientras la acompañaba al comedor, vi que eran manchas.
—No te molestes —dijo cuando le ofrecí una esponja húmeda—. Desaparecerán. —Rió, moviendo la cabeza, y me mostró su copa vacía. Le preparé otra bebida, lo suficientemente fuerte para evitar que su estado de ánimo cambiara. Bebió un sorbo apenas le puse la copa en la mano y, mirándome a los ojos, dijo con una voz que era casi tierna: —De ahora en adelante me comprarás el jamón, te lo venderé a precio de mayorista.
—Te lo recordaré —dije, mientras la guiaba. Antes de sentarse en su silla se volvió y me miró de modo aún más amable. Sus ojos se suavizaron, pasaron del áspero color de las monedas de oro al radiante del ámbar.
—Lo he dicho en serio, tonto —susurró afectuosamente. El turbante se le había torcido. Se había deslizado hacia atrás y apenas se sujetaba, de modo que el pelo, que yo casi nunca había visto, le caía en mechones grises. Se inclinó sobre la mesa y le preguntó a Louis: —¿Dónde está mi prima loca?
Louis la miró con sorpresa y luego miró involuntariamente hacia la escalera, desde donde Sita nos observaba entre las barras de hierro forjado de la barandilla. Yo ya la había visto momentos antes; nos miraba con interés y cautela, como una cierva hambrienta. Y eso parecía. Tenía las mejillas hundidas, los ojos bien delineados y se le marcaban las costillas. Desapareció de nuestra atención entre las sombras del rellano.
—¡Ven con nosotros! —gritó Mary, erguida en su silla.
—Déjala en paz —dijo Celestine, que se estiró por encima de las cabezas de dos niños y le tocó el hombro—. Ya es hora de brindar por el cumpleaños de Dot.
Pero Mary apartó la mano de Celestine y se puso trabajosamente de pie. Ahora sus ojos tenían el color del caramelo, del azúcar a punto de hervir. Trastabilló hasta el pie de la escalera.
—Subiré aunque no estés lista —gritó. Pero Louis pasó a su lado antes de que pudiera subir, ella retrocedió y se golpeó contra la pared, justamente sobre la conexión eléctrica del timbre de la puerta, que prorrumpió en un alegre ding-dong. Mary daba vueltas llena de júbilo. El timbre seguía sonando. Ella volvió a girar en una extraña danza. Evidentemente se había producido un cortocircuito. Los niños miraban a Mary con fascinada atención. Incluso para ellos era evidente que ocurría algo anormal. Subí rápidamente a una silla y desconecté el timbre, pero el daño ya estaba hecho. "



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