El amor dura tres años (fragmento)Frédéric Beigbeder
El amor dura tres años (fragmento)

"Engañar a tu mujer, en sí mismo, no es demasiado malo si ella no se entera. Incluso creo que muchos maridos lo hacen para ponerse en situación de peligro, para volver a correr riesgos, como cuando intentaban seducir a su esposa. En este sentido, el adulterio quizás sea una declaración de amor conyugal. Aunque quizás no. En todo caso, creo que me habría resultado algo difícil conseguir que Anne se lo tragara.
Recuerdo nuestra última cena a solas. Preferiría no recordarla, pero de todos modos me acuerdo. Al parecer, los malos ratos constituyen los buenos recuerdos: cómo me gustaría que eso fuera así. Por lo que a mí respecta, permanecen anclados dentro de mí bajo la etiqueta de "malos momentos", y no consigo que me produzcan nostalgia alguna. Desearía reencarnarme en magnetoscopio VHS para poder borrar esas imágenes que me atormentan.
Anne me agobiaba con sus reproches, y luego se reprochaba el hecho de agobiarme con sus reproches, lo cual todavía resultaba más lamentable. Yo le decía que todo era culpa mía. Me había montado una película. ¿de no ser así, por qué iba a cortarme el pelo tan corto durante nuestros tres años de matrimonio? Antes lo llevaba largo, y ahora volvía a dejármelo crecer. Era como Sansón: ¡el pelo corto, no valía para nada! Además, nunca me había atrevido a pedir su mano del modo debido a su padre. El matrimonio, pues, no era válido. Ella se reía amablemente de mis bromas. Yo me sentía fatal, pero ella sonreía tristemente como si siempre hubiera sabido que la cosa acabaría así, en ese bonito restaurante, sobre ese mantel blanco iluminado con velas, charlando como viejos amigos. Ni siquiera lloramos en la mesa. Uno puede separarse de alguien para siempre, traicionar todas sus promesas, y permanecer sentado delante de ella sin hacer una montaña.
Finalmente, me comunicó que me había encontrado un sustituto más famoso, más viejo y más amable que yo. Era verdad (lo supe más adelante, fui el último en enterarme, por supuesto), lo había descubierto en su trabajo. No me lo esperaba en absoluto. Le grité.
-Una jovencita que se tira a los viejos vale menos que un viejo que se tira a jovencitas. ¡Demasiado fácil!
-Prefiero un atractivo maduro tranquilizador que un joven feo y neurótico -me contestó.
Ignoro por qué razón había imaginado que Anne se quedaría en viuda afligida, desconsolada. También ignoro por qué la noticia me molestó tanto. En fin, no, no ignoro por qué. Simplemente descubrí que tenía amor propio. Pequeño pretencioso. Te crees insustituible y enseguida eres reemplazado. ¿Qué me había creído? ¿Que se suicidaría? ¿Que se dejaría marchitar? Mientras soñaba con Alice, joven pollo convencido de ser un estupendo playboy acosado por las mujeres, Anne pensaba en mi sustituto y me ponía los cuernos alegremente apañándoselas para que todo el mundo se enterara. Aquella noche caí del guindo. Me lo había ganado a pulso. Al regresar a casa, escuché a Mozart por la radio.
La belleza acaba en fealdad, el destino de la juventud es marchitarse, la vida sólo es un lento proceso de putrefacción, morimos cada día. Menos mal que siempre nos quedará Mozart. ¿A cuánta gente habrá salvado la vida Mozart? "



El Poder de la Palabra
epdlp.com