Cazador de mariposas (fragmento)Miguel Espinosa
Cazador de mariposas (fragmento)

"Si el instinto que surge de lo profundo rigió en cualquier ocasión la noche de Walpurgis de un cazador de alimañas y fieras, el suave y plácido ardor del intelecto, convertido en tabla de sistemas y clasificaciones, ungió el corazón del cazador de mariposas en los momentos de transcendentes alegrías y zozobras. Así pudo colocarse entre las cosas inocentes del mundo el atrapar insectos con una red, y también entre las vanidades de la soberbia. Fabre rehusó este entretenimiento, porque su racionalismo le llamaba al amor de la experiencia directa y la observación aguda, y no a la flaca satisfacción del que sonríe tras añadir un ejemplar desconocido a su colección de especies raras; pero, sin embargo, sustituyó el alfiler por la lupa, que sin una y otra cosa no hay verdadero racionalismo.
El ideal del intelecto, que quiso atrapar el mundo y clavarlo en el tapiz de «las lecciones de cosas», encontró en el caza-insectos su propia imagen. Así lo predica la mariposa resecada sobre el muestrario; vamos a palparla y se deshace como polvo, igual que todo aquello construido por la razón, pero sin el lejano aliento de cualquier espíritu creador. Al insecto disecado nada le une con sus antiguos semejantes, porque la forma, al morir el hálito, quedó como estampa endeble. Una mariposa clavada tras las vitrinas de un Museo, es aún menos que otra mariposa pisada y muerta en el jardín; aparece la una como pedazo del cotidiano vivir, que mata o vivifica, y la otra como oscura cristalización de un vaho intelectual y razonable. Digamos que la primera es la mariposa sacada de la Razón, y hallada «casualmente» por la experiencia; la segunda el caso de esa otra dichosa que escapa al ejemplo de lepidóptero que señalan los libros y repite el maestro de escuela.
Siglo y medio de concienzudo racionalismo dogmático fue suficiente para definir todas las especies de lepidópteros y quedar en paz con el imperativo que nos manda describir la Creación. Ante las tablas de los Museos de Ciencias Naturales pudo el Diablo remedar la obra de Adán, al poner nombre a todas las criaturas inferiores, aunque esta vez se hiciese con cadáveres yertos. Y no es extraño que Astarot apareciera laborioso y puntual en este trabajo de exactitudes nominativas, pues ya dijo Nietzsche que el Demonio fue el más antiguo amigo del conocimiento. Tal vez esta figura, vestida convenientemente de levita, usara también el caza-insectos en algún famoso Congreso, y aún aportara cualquier ejemplar curioso de mariposa vagabunda. En cuestiones de inteligencia y recuestas sobre saberes razonables, luchando por aparecer como el más agudo, siempre olvidó el Diablo su natural irónico y descuidado; se volvió neciamente severo y nos mostró, al fin, el secreto de la profunda sabiduría que le designó como ejemplo vivo de estupidez.
Afirmemos que el Diablo fue el primer cazador de insectos y, desde luego, el primer intelectual engolado y circunspecto. Ante las mariposas disecadas por talentudos racionalistas, sólo el mismo Rey de las Moscas pudo sentirse conmovido y en trance de ensoberbecerse por acumulación de conocimientos en demasía. "



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