El jorobado o Enrique de Lagardère (fragmento)Paul Féval
El jorobado o Enrique de Lagardère (fragmento)

"Tomó la costumbre de ir todos los años a París, donde las jóvenes cortesanas se mofaban de él, luego de explotarle.
Durante sus ausencias, Aurora quedaba custodiada por dos o tres dueñas y un viejo capellán.
Aurora era hermosa como su madre, y en sus rasgados ojos se adivinaba la sangre española que corría por sus venas. Cuando tuvo dieciséis años, los habitantes de la aldea de Tarrides oyeron ladrar con frecuencia a los perros de Caylus, durante las noches oscuras.
Por esta época, Felipe de Lorena, duque de Nevers y uno de los más brillantes señores de la corte de Francia, fue a habitar su castillo de Buch, en el Juranzon. Representaba difícilmente veinte años; pues por haber abusado muy pronto de la vida, iba medio muerto de una enfermedad de languidez. El aire puro de las montañas le reanimó. Pasadas algunas semanas, que dedicó a cazar por el valle de Louron, sintióse fuerte y rejuvenecido.
La primera vez que los perros de Caylus ladraron durante la noche, el joven duque de Nevers, rendido de cansancio, pidió hospitalidad a un leñador del bosque de Ens.
Nevers estuvo un año en su castillo de Buch. Los pastores de Tarrides decían que era un señor muy generoso.
Los pastores de Tarrides refieren dos aventuras nocturnas que ocurrieron durante su estancia en el país. Una vez se vio hacia la media noche luz a través de los vidrios de la vieja capilla de Caylus.
Los perros no ladraron; pero una forma sombría, que las gentes de la aldea creyeron reconocer, por haberla visto con frecuencia, se deslizó en los fosos favorecida por la oscuridad. Estos antiguos castillos están siempre llenos de fantasmas.
Otra vez, hacia las once de la noche, doña Marta, la más joven de las dueñas del castillo, salió sigilosamente por la gran puerta de Caylus y dirigióse a la cabaña del leñador, donde el joven duque de Nevers solía recibir hospitalidad. Una silla de manos atravesó el bosque de Ens. A poco, gritos de mujer salieron de la cabaña del leñador. Al día siguiente, el leñador abandonó el país y su cabaña quedó cerrada. Doña Marta dejó también el mismo día el castillo de Caylus.
Hacía cuatro años que todo esto sucediera y nada se ha vuelto a saber del leñador ni de doña Marta. Felipe de Nevers tampoco habitaba ya en su castillo de Buch. Pero otro Felipe, no menos brillante, no menos gran señor, honraba con su presencia el valle de Louron. Era Felipe de Mantua, príncipe de Gonzaga, a quien el marqués de Caylus pretendía casar con su hija Aurora.
Gonzaga era hombre de unos treinta años, un poco afeminado de rostro; pero de una belleza notable. Imposible encontrar más noble conjunto que el suyo. Sus cabellos negros, sedosos y brillantes, se rizaban alrededor de su frente, más blanca que la de una mujer, formando, sin artificio alguno, ese peinado amplio y apelmazado que los cortesanos de Luis XIV sólo conseguían hacerse añadiendo dos o tres pelucas a su cabellera natural. Los ojos negros, tenían la mirada clara y orgullosa de los italianos. Era de buena estatura y tenía el talle esbelto y elegante; su andar y sus gestos revelaban una majestad teatral. "



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