Piedra callada (fragmento)Marta Brunet
Piedra callada (fragmento)

"La patrona la miraba en suspenso, sin saber qué resolución tomar, porque no era la primera vez que se le presentaba el caso, que la muchacha venía a pedir auxilio para defenderse de la madre, que no admitía más voluntad que la suya. Y no era posible que sistemáticamente se opusiera a que Esperanza se casara. Celos de madre que no tenía sino esa hija, viuda y bregando como una desesperada para criarla, ayudante del molinero al morir el marido, que por años sirvió este puesto, y desempeñándose ella con tal pericia que en verdad era quien dirigía los trabajos.
ambición de madre que tal vez quería un nombre con mayores posibilidades para marido de la muchacha y no aquellos cachazudos peones que nunca serían otra cosa. Pero ¿dónde hallar ese marido? Su mundo, lógicamente, tenía que ser aquel de campo entre montañas. Su destino, casarse con un mocetón allí nacido. Tener un rancho propio. ¿Qué más? Sí, porque más que eso, que los mocetones hijos de los inquilinos, no había en el fundo hombre alguno soltero. ¿Dónde, entonces, encontrar un marido para Esperanza, que en verdad era superior inmensamente a su medio?
Y cansada de haber cavilado tanto sobre un asunto que le importaba un poco, no mucho, no estaba segura si mucho o poco, la patrona hizo una pregunta que creyó definitiva:
-¿Pero tú estás segura de querer a ese Bernabé?
Esperanza hizo el gesto clásico de arrollar y desarrollar la punta del delantal y contestó sin ambages:
-Patrona, de toos es el que más hei querío. A los los otros los hei querío así no más. A éste lo quero harto. Es güeno y me quere harto también. Claro qu´es lerdo... -concluyó con apuro, porque la patrona la miraba sostenidamente, como si quisiera verle el fondo del alma. Y en realidad no la miraba, entregada, como siempre, a sus propios vagos pensamientos. "



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