El maestro y el robot (fragmento)José Antonio del Cañizo
El maestro y el robot (fragmento)

"La salvación de la Humanidad está en ganar la carrera entre la educación y la catástrofe. H.G. Wells.
La escuela trepidaba. Un ruido sordo de motores rugía bajo ella. La vista del pueblo vibraba, se tambaleaba. Todos se apresuraron a echar un trago del líquido antimareos, pues la escuela comenzaba un despegue vertical.
Primero se fue elevando lentamente, y fueron viendo su pueblo más abajo, más abajo… Las Peñas Bravas, el valle tantas veces contemplado, el río sinuoso, los olivares y los campos con las mil tonalidades del verde, el ocre y el cobrizo… Ya el panorama era más amplio que el que tantas veces dominaban desde el castillo.
Y la Hiperescuela Astronáutica fue aumentando su velocidad de vuelo.
Toda Andalucía aparecía ante sus ojos admirados: fértiles vegas, ariscos montes, aterciopeladas campiñas y arenosas zonas áridas llenas de arañazos. Salpicada de blancos pueblos, bañada por el sol de fines de verano, presentaba unas minúsculas manchas de nieves perpetuas que parecían los añicos de un espejo que se hubiera roto al caer sobre aquellos picos escarpados.
Por fin, los habitantes de aquel pueblecillo perdido pudieron ver el mar. Y comprendieron que el mar amaba a su región, pues la abrazaba con un brazo estrecho, azulado y apacible, que iba ensanchándose hasta formar el Mediterráneo, y con otro que se abría en un abanico rizoso y bruñido que se convertía en el inmenso Atlántico.
Subían y subían a una velocidad de vértigo. Todos se habrían mareado ya si no hubiesen bebido el líquido del tubito salvador.
La piel de toro y el norte de África se extendían a sus pies, dibujados con hábiles pinceladas y empañados aquí y allá por blanquísimos encajes de nubes que resplandecían, sedosas. Pronto, los continentes se les fueron revelando. Las recortadas costas, los pálidos desiertos, los serenos océanos se iban combando ante su vista hasta que, en un momento de gran emoción, quedó enmarcada en el amplio ventanal la visión completa del planeta azul, del que su pueblo era una partecilla tan minúscula.
Un «¡Ooooooooooh!» de admiración y sobrecogimiento inundó la escuela. Los niños, los abuelos y el maestro devoraban con sus ávidos ojos aquella imagen tan lejana, y que a la vez sentían tan cercana, de la Tierra, a la que cortejaba la Luna como una dócil perla que danzase junto a ella.
La ventana se iba enriqueciendo de estrellas, y la Hiperescuela Astronáutica Localizable se fue situando en diversos puntos del espacio. Parecía un espontáneo que se hubiese lanzado, sin poder contener su entusiasmo, al sublime escenario de la Creación, en el que tenía lugar el ballet de los planetas…
El Ojo Ubicuo había sido lanzado hacia Venus para filmar estas imágenes hasta hoy inalcanzables. Los ansiosos espectadores sobrevolaban ahora aquel planeta pequeño y sin lunas, cuya superficie plagada de rocas era azotada por nubes sulfúricas impulsadas por fuertes vientos.
De Venus saltaron a Mercurio, que les recordó mucho la Luna, con su sarpullido de cráteres espectrales.
Volaron en dirección opuesta, alejándose del Sol antes de que los calcinase y derritiese, y visitaron Marte, el planeta rojo con casquetes polares blancos. Sus matices y coloridos eran fascinantes. Toda su agria superficie estaba llagada por profundos cataclismos y terribles procesos de erosión. El robot les señaló un volcán, el monte Olimpo, tres veces mayor que el Everest, diciéndoles que era el monte más alto de todo el sistema solar.
El Ojo Ubicuo danzó en dirección a Júpiter, que bailaba con sus catorce satélites, minúsculos comparsas de aquel coloso del sistema solar.
La visita a Saturno los sumió en un éxtasis de belleza, y se enorgullecieron al ver que aquel planeta ricamente enjoyado por sus anillos sólo tenía un rival en belleza: la Tierra.
Cuando más embriagados estaban, su escuela aparentemente voladora trazó un arco inmenso en el vacío, dejó allá al fondo a Urano con sus cinco lunas, al azulado Neptuno con sus dos satélites y al solitario Plutón revestido de un sudario de gases congelados, y se elevó hasta contemplar todo el sistema solar en su hermosura absoluta. "



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