El matrimonio: diálogo íntimo (fragmento) "Pepe.- (Entrando violentamente.) Mira Luisa, esto es intolerable. No puedo con esa gente. Mañana mismo pones a esa pareja de imbéciles en la puerta de la calle. Luisa.- ¿Qué ha sucedido? Pepe.- Una friolera. Esta tarde, al regresar a casa, les dije: "Avisarme a las ocho, que me he de vestir para ir al café a las nueve." ¿Qué dirás que han hecho? Lo de siempre. Equivocarse y avisarme a las siete para salir a las ocho. Son las ocho y cinco. Luisa.- ¿y por qué, teniendo tan flaca memoria, no se lo avisaste a tu mujercita? La exactitud no se ha hecho para los criados. Pepe.- Ni tú te has hecho para tener energía con la servidumbre. Eres cera virgen que a todo se amolda. Luisa.- Mejor dirás panal de miel que todo lo endulza. Pepe.- Una hora perdida por culpa de esos ignorantes. Una hora sin camisa floja, con cuello molesto, con traje exacto, amanerados los movimientos y ridícula la elegancia en el gabinete de mi casa, ante el numeroso auditorio de mi mujer y mi hijo... En eso llevas razón. No es igual estar en la casa que estar en la calle. Allá, en la calle, donde el mundo es libre, la fórmula social es tirana y cruel. Aquí, en la casa, donde la vida es prisionera, la libertad individual tiene todas las expansiones de la comodidad y de la franqueza. Te repito que en eso tienes razón. Las mujeres poseéis un gran instinto; mas, decís las cosas de un modo... que hay casi siempre que llevaros la contraria, vamos. Luisa.- ¿Y por qué, Pepe de mi vida? Pepe.- Por herencia de costumbre. Por dinastía de la autoridad. Porque el ser masculino debe ser así. Porque despreciamos, altivos, lo que la mujer nos ofrece y solicitamos, sumisos, lo que la mujer nos niega... ¡porque somos hombres! (Pausa.) Luisa.- ¿No te vas? Pepe.- Me quedo. Falta media hora para las nueve. Voy a besar al niño otra vez. Luisa.- Ahora, no, no. Está muy nervioso y vas a despertarlo. Ha pasado el pobrecito mío un día muy malo. Déjale, déjale descansar. (Pepe se acerca al niño y lo contempla.) Pepe.- ¡Qué hermoso! ¡Parece de nieve! ¿Qué soñará? Luisa.- Si fuera hombre, soñaría en ir al café. Mi niño, cuando sea hombrecillo, irá al café con su padre. ¡No faltaba más! Pepe.- ¿Le doy el beso? Luisa.- Vaya, que no. Puede despertar y luego es difícil dormirlo. Y si él no duerme, yo no rezo. Pepe.- Dices bien. Los criados son insufribles. Y este cuello... Luisa.- También insufrible, hijo. Quítatelo. Yo te lo colocaré después. Pepe.- (Va al espejo.) Me lo quito. Luisa.- ¿Qué miras? Pepe.- Miro al espejo. Luisa.- ¡Ah! Yo creía que mirabas mi retrato que está cerca de él... Pepe.- ¡Buena moza! Algo delgadilla estabas, pero... guapísima... guapísima...! Luisa.- Es favor. Pepe.- Es justicia. Nada más que justicia. Luisa.- ¿A que no te acuerdas de la primera carta que me escribiste, pidiéndome relaciones? Pepe.- Es claro que no. ¿Quién recuerda eso? Debió ser una carta insípida, insustancial, tonta... vamos, una chiquillada. Luisa.- Nada de eso. Fue un documento en toda regla. Serio, grave, discreto. " epdlp.com |