Cartas finlandesas (fragmento)Ángel Ganivet
Cartas finlandesas (fragmento)

"El que quiera hacer descubrimientos notables que no se gaste el dinero en comprar telescopios ni pierda el tiempo en revolver archivos y bibliotecas: que se vaya a lo ancho de la calle, y allí donde note un movimiento espontáneo de mucha gente en una misma dirección estará seguro de hallar el principio de una investigación trascendental para la ciencia. El verdadero y profundo saber brota de las muchedumbres inconscientes: un pueblo que acude a votar a los comicios no da ninguna luz sobre sus propias aspiraciones, porque ha pensado de antemano lo que va a hacer y acaso ha formado artificialmente su criterio oyendo o leyendo disparates ilustrados; ese mismo pueblo se congrega en la plaza pública para oír a un ciego cantar romances, y es seguro que hará o dirá algo por donde vengamos a descubrir sus ideas íntimas tradicionales.
Oigamos al ciego entonar el romance de los nombres de las mujeres, donde se declaran los méritos y defectos, vicios y virtudes de las Juanas y las Petras, las Marías, las Tomasas y las Manuelas. Para los perezosos, para los que se contentan con juzgar sumariamente por impresión rápida y superficial, el ciego es un mendigo que dice unas cuantas tonterías a cambio de unos cuantos ochavos; yo creo que es un artista utilísimo, un cultivador del arte más fecundo, el que se desarrolla al aire libre y sirve de pasto ideal a las clases pobres, que no tienen medios ni capacidad para conocer otras formas artísticas más cultas; y creo también que lo que el ciego dice son tonterías con un gran fondo de verdad. -Ya ve usted -se dirá-: asegura que las Marías son muy frías, y yo conozco precisamente cuatro, de las cuales una, es cierto, es fría como agua de aljibe; pero de las otras tres una es más que templada, otra es como un brasero y otra arde en un candil. Ese ciego no debía tocar la guitarra, sino el violón. Sin embargo, si la gente lo oye y le compra los romances, no dejemos en este punto nuestras observaciones: ahí hay, como suele decirse, gato encerrado.
Es innegable que los nombres tienen una fisonomía propia adquirida por el uso, aparte de la que algunos poseen ya por su significación. Don Juan es un conquistador de corazones, don José un señor muy patriarcal y don Pedro un hombre adusto. La religión, la historia o el arte dan a los nombres ese carácter sugestivo, que no puede ser desvirtuado por los hechos: si un hombre se conduce de un modo incongruente con el nombre que lleve, no por eso variamos nuestro concepto sobre el nombre, sino que decimos que éste está mal empleado. Jamás convendremos en que a un tunante le encaje bien el nombre de Homobono, o a un nombre discreto el de don Hermógenes. Mas, para que un nombre tenga fuerza expresiva, es necesario que se le agregue algún rasgo que determine el estado social de la persona: si don Juan es el Tenorio, el tío Juan no es más que un pobre hombre, rudo y tosco, y Juan a secas es un infeliz, y, por otra parte, los nombres de los dos sexos no son iguales en este punto, porque los de mujer están menos usados que los de hombre. El papel de las mujeres ha sido y es principalmente doméstico, y, por lo tanto, sus nombres sólo tienen expresión en la vida íntima y familiar, salvo contadas excepciones; son advocaciones de la Virgen; nombres poéticos, y en algunos casos formas femeninas de nombres de santos, las cuales no pueden conservar su significación originaria: doña Juana no puede echar sobre sí las glorias de don Juan. "



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