El fusil del niño Jesús (fragmento)Jean Richepin
El fusil del niño Jesús (fragmento)

"Habíamos caminado todo el día, ya por el camino de sirga, en que la nieve tenía un pie de alto, ya por los atajos, que una tropa de bueyes había convertido en un lodazal.
Gracias a las vueltas del río, y a pesar de los atajos, habíamos andado más de diez leguas desde las cuatro de la mañana, cuando llegamos a Plommecy, al caer la noche.
Taciturnos, molidos, mudos, íbamos arrastrando los pies, con el balance pesado y regular de los soldados cansados, que de tiempo en tiempo se encogen de hombros para acomodar la mochila.
Sólo un viejo contrabandista, a quien llamábamos el zapador a causa de su larga barba, había conservado agilidad y empuje. Andaba con el mismo paso vivaracho y sólido, y a través de su bigote lleno de carámbanos, canturreaba la interminable canción:
Mon habit a deux boulons,
marchons légère, légère,
mon habit a trois boutons,
marchons légèrement.
[...]
Cada cual armó el gatillo de su chassepot, y puso el dedo en el disparador. Las piernas fatigadas volvieron a ponerse elásticas, las cinturas entumidas recobraron su flexibilidad para la marcha encorvada, y entramos en las primeras casas, prontos a descansar de un día de marcha con una noche de combate.
-¡Ah! esto parece un cementerio -dijo uno. ¿Si llamáramos a esta puerta? Aquí nos dirán lo que pasa; hallaremos por lo menos con quien hablar, a tiros aunque más no sea.
Golpeamos. Nadie contestó.
Golpeamos a otra puerta. Nadie tampoco.
A la tercera, el teniente dio un gran puntapié en el tablero de madera, y como la puerta se abrió con el choque, entró en la casa, revólver en mano. Diez hombres le seguían. Cinco nos quedamos en la calle para vigilar la casa.
Tres minutos después, los nuestros volvían con cara inquieta. La casa estaba vacía. Abrimos otra, y otra más. Siempre lo mismo: la aldea estaba abandonada.
-¡Diablo, diablo! -exclamó el teniente. -Los prusianos han andado por aquí, mientras mirábamos correr el agua del Doubs. Los aldeanos habrán huido hacia Baume. Habrá que tener mucha vigilancia esta noche.
Puso, pues, un centinela a cada extremo de la calle, otro en el puente que conducía a la pradera, y condujo el resto de sus hombres hacia el cortijo que parecía más importante, para hacer allí la sopa y arreglarse para dormir.
Pero apenas empujó la puerta del patio cuando se confirmaron todas nuestras sospechas. Allí se habían alojado los prusianos; se comprendía por el depósito de agua volcado, por el heno sacado pródigamente del granero y dejado en los pesebres, por la puerta derribada del sótano y por las botellas vacías esparcidas en la paja del acantonamiento. Un pelotón de hulanos había debido pasar la noche en el patio, mientras los oficiales ocupaban la casa.
En tres saltos estuvimos adentro. Ya no cabía duda: una mesa cubierta de platos sucios, de copas medio vacías, de botellas con el cuello roto, los restos de una orgía de tragaldabas. En la chimenea, la leña apilada y en montón, ardía aun. La cama estaba deshecha, como descalabrada. Unas botas enlodadas habían manchado sus sábanas, de hermoso lienzo blanco. "



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