El hacedor de universos (fragmento)Philip J. Farmer
El hacedor de universos (fragmento)

"Ese mismo día, el barco de un mercader extranjero apareció por el recodo del río. Al ver a aquellos dos hombres que agitaban grandes pañuelos desde el muelle podrido, el capitán ordenó echar el anda y arriar las velas.
En un pequeño bote, Wolff y Kickaha subieron al Kbrillquz. Éste era un barco de doce metros de longitud, bajo hacia la mitad, pero de elevadas cubiertas en popa y en proa. Los marineros, en su mayoría, pertenecían a esa rama de los khamshem llamada shibacub. Kickaha había descrito a Wolff la estructura y la fonética de su lengua, que parecía algún idioma semita arcaico, modificado por la influencia de las lenguas aborígenes.
Arkhyurel, el capitán, los saludó cortésmente en la cubierta de popa; estaba sentado sobre una pila de edredones y de ricas alfombras, con las piernas cruzadas, y sorbía el vino espeso contenido en una taza diminuta.
Kickaha se presentó bajo el nombre de Ishnaqrubel, y narró una historia cuidadosamente preparada. Venía de la selva, donde había pasado varios años en compañía de su amigo, buscando la fabulosa ciudad perdida de Ziqooant; su compañero había hecho el voto de no volver a pronunciar palabra mientras no regresara junto a su esposa, allá en la lejana tierra de Shiashtu.
El capitán escuchaba, alzando sus cejas negras e hirsutas, acariciándose la barba oscura, que le llegaba hasta el vientre; les ofreció asiento, y una taza de vino de Akhashtum. Kickaha, con los ojos brillantes y una sonrisa feliz, prosiguió con su narración. Wolff, aun sin comprender una palabra, tenía la seguridad de que su amigo se iba entusiasmando con sus propias historias, prolongadas, llenas de aventuras y con toda clase de detalles. Era de esperar que no llegara demasiado lejos, despertando las sospechas del capitán.
Las horas pasaban, y el velero descendía por la corriente. Un marinero de ojos abolsados, vestido tan sólo con un taparrabos de color escarlata, tocaba suavemente la flauta en la cubierta de proa. Llegaron bandejas de oro y de plata con mono asado, pájaros guisados, un pan negro y duro y pastel de mermelada. Wolff sintió un fuerte sabor a especias en la carne, pero la comió.
El sol se acercaba a la montaña cuando el capitán se levantó para conducirlos hasta un pequeño altar, detrás del timón; había allí un ídolo de jade verde: Tartartar.
El capitán cantó una plegaria, la plegaria fundamental al Señor, y después se arrodilló ante el dios menor de su propia nación, para manifestarle sumisión. Un marinero salpicó un poco de incienso en el fuego diminuto que ardía en el regazo de Tartartar. Aquéllos que practicaban la religión del capitán se unieron a sus plegarias mientras el humo se expandía por sobre el barco. Más tarde, los marineros de otras creencias cumplieron con sus distintos ritos.
Esa noche, Wolff y Kickaha durmieron, en la cubierta central, sobre un montón de pieles que el capitán les había proporcionado. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com