La cimitarra de Buda (fragmento)Emilio Salgari
La cimitarra de Buda (fragmento)

"El sol descendía rápidamente hacia el ocaso, escondiéndose tras los inmensos bosques, y las tinieblas comenzaban a cubrirlo todo. No tardaría media hora en estar la selva oscura como boca de lobo. El americano, que sabía lo que las tinieblas traían consigo, reanudó su marcha, tratando de orientarse con los últimos rayos del sol.
Marchó en línea recta una buena media hora; volvió atrás, torció a la derecha, tropezando en cien mil raíces luego a la izquierda, dejándose media casaca en los espinos trepó a los árboles más altos, confiando en descubrir el sendero o el campamento, pero en vano. Las tinieblas reinaban ya, había salido la luna y todavía caminaba sin descanso. Temiendo extraviarse en medio de la espesura, se decidió a pasar la noche al pie de un pequeño tamarindo.
Apenas se había tendido en tierra, cuando oyó un maullido a unos trescientos pasos de distancia, pero uno de esos maullidos propios de los tigres, que se asemejan a verdaderos rugidos. El americano, creyéndose frente a una de esas fieras, se incorporó de un salto. Lanzó una mirada a través de la oscura floresta y se mantuvo al acecho, conteniendo la respiración. El maullido se repitió, pero mucho más cercano.
El americano era valeroso, ya lo sabemos; sin embargo, al oír aquel rugido, que repercutía bajo la sombría floresta, experimentó un fuerte estremecimiento y estuvo a punto de salir corriendo. Pero temiendo perderse o encontrarse frente a un segundo tigre, no se movió, y permaneció en pie, apoyado en el tronco del tamarindo, con la carabina en las manos y el cuchillo entre los dientes.
[...]
No había acabado de decirlo cuando oyó crujir las ramas bajo las zarpas de hierro de la fiera; después vio abrirse los arbustos y dos ojos como los de un gato fijarse en el tamarindo.
No se amedrentó. Alzó lentamente la carabina, apuntó al tigre, que maullaba a cien pasos de distancia, e hizo fuego, pero el tigre dio un salto gigantesco y se lanzó hacia él.
Comprendiendo que nada ganaba con una lucha cuerpo a cuerpo, de un salto se encaramó a una rama del tamarindo, poniéndose a cubierto en el tronco.
El tigre, herido, aunque no gravemente, se estrelló contra el árbol, arrancando grandes trozos de corteza, pero volvió a caer en seguida. Repitió el asalto, pero esta vez tampoco logró llegar a las ramas. Dio tres o cuatro vueltas alrededor del árbol, desangrándose por el cuello, y se agazapó después a tres o cuatro metros de distancia, con los ojos fijos en el americano, que no osaba moverse, maullando furiosamente y rechinando los dientes.
Visto así, de noche, en el bosque, irritado, rugiente, daba miedo. El americano, con gran sorpresa, sentía temblar sus miembros, y, cosa extraña en él, notaba la encrespada cabellera ponérsele de punta bajo el birrete.
[...]
Pero no era aquel momento adecuado para lamentarse. Apeló a sus fuerzas y a su valor, se aseguró bien entre las ramas, y dejando caer la carabina, ya inútil, blandió el bowie-knife.
Aquellos preparativos fueron inútiles, pues el tigre, que parecía pronto a atacar, después de haber maullado en todos los tonos y de girar alrededor del árbol repetidas veces, se alejó, internándose en la espesura. Ya había recorrido quinientos pasos y comenzaba a desaparecer entre las tinieblas, cuando un nuevo maullido rompió el profundo silencio que reinaba en el bosque. Venía del lado opuesto y de unos trescientos o cuatrocientos metros de distancia.
Al oír aquel maullido, el tigre se detuvo súbitamente. De pronto retrocedió, miró al tamarindo y se lanzó hacia él dando saltos de quince pies.
Atravesaba la maleza con la rapidez de una bala, los ojos echando llamas, abiertas las fauces y tendidas las zarpas, saltando como si el suelo estuviese cubierto de miles y miles de resortes de extraordinaria potencia.
El americano empuñó su cuchillo en el momento en que el tigre, con desesperado impulso, se abalanzaba hacia el tamarindo, agarrándose a las bifurcaciones de las ramas. El choque fue terrible. El yankee se lanzó resueltamente contra la fiera, que pugnaba por abrirse paso a través de las ramas, hiriéndola en el pecho. El tigre, aunque gravemente herido, soltó las ramas, haciendo presa en las piernas del americano, que desgarró horriblemente. "



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