El crimen de Silvestre Bonnard (fragmento)Anatole France
El crimen de Silvestre Bonnard (fragmento)

"Me agrada mirar desde mi balcón el Sena y sus muelles en una de esas mañanas grises y plácidas que comunican a los objetos una suavidad infinita. He contemplado el cielo azul que extiende sobre la bahía de Nápoles su serenidad luminosa, pero nuestro cielo de París es más espléndido, más hospitalario y más espiritual. Sonríe, amenaza, acaricia, se contrista y se alegra como una mirada humana. Derrama en este momento una suave claridad sobre los hombres y los animales que realizan su tarea cotidiana. Allí, a lo lejos, en la otra orilla, unos mocetones del puerto de San Nicolás desembarcan los cargamentos de cuernos de buey, mientras otros colocados en fila sobre un puente volante, se pasan de mano en mano los pilones de azúcar hasta la cala de un vapor. En el muelle del Norte los caballos de los coches de punto alineados a la sombra de los plátanos, con los hocicos metidos en sus morrales rumian tranquilamente el pienso, mientras los cocheros rubicundos vacían sus vasos ante el mostrador del tabernero y acechan con el rabillo del ojo a los burgueses madrugadores.
Los libreros dejan sus cajas sobre el parapeto. Esos heroicos traficantes del ingenio que viven sin cesar al aire libre, se hallan de tal modo familiarizados con el viento, las lluvias, las nevadas, las nieblas y el sol, que acaban por parecerse a las viejas estatuas de las catedrales. Todos son amigos míos, y no paso nunca ante sus puestos sin comprarles algún libro que seguramente hasta entonces yo había necesitado mucho sin sospecharlo siquiera.
Al regresar he de sufrir las amonestaciones de mi criada, que me acusa de romper los bolsillos y de llenar la casa de papeles viejos que atraen a los ratones. Teresa es comedida en esto, y precisamente porque es comedida, yo no suelo escuchar sus consejos.
A pesar de mi aspecto tranquilo, me atrajeron siempre con mayor facilidad las pasiones desenfrenadas que la indiferente prudencia; pero como no son mis pasiones de las que destruyen, vociferan y asesinan, el vulgo no las advierte. Sin embargo me perturban, y algunas veces me han quitado el sueño las páginas escritas por un monje desconocido e impresas por un humilde aprendiz de Pedro Schoeffer. Y si esos locos ardores van extinguiéndose en mí, es porque yo también me extingo lentamente. Nuestras pasiones son nuestras propias esencias. Mis libros constituyen todo mi ser; soy viejo y arrugado como ellos.
Un viento ligero barre con el polvo de la calzada las semillas de los plátanos y los granos de cebada caídos de los morrales de los caballos Ese polvo no es nada, pero al verlo volar recuerdo que en mi infancia veía también un polvo semejante, y mi alma de viejo parisiense se conmueve. Todo cuanto diviso desde mi halcón, ese horizonte que se extiende a mi izquierda hasta las colinas de Chaillot y que me permite descubrir el Arco de Triunfo como un dedalito de piedra; el Sena, río glorioso, y sus puentes; los tilos de la terraza de las Tullerías; el Louvre del Renacimiento, cincelado como una joya; y a mi derecha, por la parte del Puente Nuevo, pons Lutetioe Novus dictus, como se lee en las estampas antiguas: el viejo y venerable París con sus torres y sus flechas. Todo esto es mi vida, yo mismo; nada sería yo sin esas imágenes reflejadas en mí por los mil matices de mi pensamiento que me inspiran y me animan. Ésta es la razón de que París me atraiga con un cariño inmenso.
Sin embargo estoy rendido, y comprendo que es imposible descansar en el seno de esta ciudad que piensa tanto, que me ha enseñado a pensar y continuamente me invita a pensar. ¿Cómo no vivir agitado entre esos libros que a todas horas excitan mi curiosidad y la fatigan sin satisfacerla? Ya es una fecha lo que urge conocer, ya un sitio lo que importa determinar fijamente, o alguna palabra vieja cuyo sentido verdadero hay que discurrir. ¿Palabras? ¡Oh! Sí; palabras. Como filólogo, soy su soberano; ellas son mis súbditos, y como buen rey las consagro mi vida entera. ¿Podré abdicar algún día? Adivino que debe haber en alguna parte, lejos de aquí, en el lindero de un bosque, una casita donde hallaré el descanso que necesito, en espera de que un descanso mayor, irrevocable, se apodere por completo de mí. Sueño con tener un banco junto a la puerta, y un horizonte campesino; pero sería preciso que un rostro lozano sonriera cerca de mí para reflejar y concentrar tanta lozanía; he de suponerme abuelo para llenar así todo el vacío de mi existencia. "



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