Contra el fanatismo (fragmento)Amos Oz
Contra el fanatismo (fragmento)

"Siempre este dilema sin fin: ¿qué hacer cuando da la casualidad de que se convive puerta con puerta con el dolor, la injusticia, la opresión, la violencia, la demagogia, el chovinismo, el fundamentalismo religioso y el fanatismo? ¿Cómo utilizar la propia voz, en el supuesto de ser un hombre con voz, alguien que tiene pluma y la puede utilizar? Me pregunto si sería justo decir: bueno, se está derramando sangre a la vuelta de la esquina de donde vivo, no es momento de contar historias de amor. No es momento de escribir historias experimentales, complejas, sutiles y eruditas. Es momento de combatir contra la injusticia. Sí, lo hago de vez en cuando y siempre me siento un poco traidor a mi arte, al refinamiento de la ambivalencia y el matiz. Al mismo tiempo, si me siento en casa y trabajo en varias alternativas sintácticas para cierta frase o en problemas idiomáticos de cierto contrapeso o incluso en la relación melódico-musical entre dos frases de la novela, todavía sigue esa vocecilla dentro de mí llamándome traidor: «¿Cómo eres capaz? Están matando gente a diez millas, veinte kilómetros, quince kilómetros de donde estás sentado escribiendo. ¿Cómo puedes?». ¿Qué hace uno en situación semejante? Eres un traidor en ambos casos. Hagas lo que hagas, traicionas a tu arte o a tu sentido de la responsabilidad cívica. Bueno, mi respuesta es la misma que doy a muchas cosas: acuerdo. Intento fervorosamente llegar a un acuerdo, a un compromiso. Sé que la expresión «llegar a un acuerdo, a un compromiso» tiene una reputación terrible en los circuitos idealistas europeos, especialmente entre la gente joven. Se concibe el acuerdo como falta de integridad, falta de directriz moral, falta de consistencia, falta de honestidad. El compromiso apesta, comprometerse a llegar a un acuerdo es deshonesto.
No en mi vocabulario. En mi mundo, la expresión «llegar a un acuerdo, a un compromiso» es sinónimo de vida. Y donde hay vida hay compromisos establecidos. Lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo no es integridad, lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo no es idealismo, lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo no es determinación. Lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo es fanatismo y muerte. Llevo cuarenta y dos años casado con la misma mujer, así que algo sé de acuerdos. Y cuando digo acuerdo no quiero decir capitulación, no quiero decir poner la otra mejilla al rival o a un enemigo o a una esposa, quiero decir tratar de encontrarse con el otro en algún punto a mitad de camino. Y no hay acuerdos felices: un acuerdo feliz es una contradicción. Un oxímoron. Así que también me comprometo a llegar a acuerdos en mi escritura: cada vez que siento que estoy conforme conmigo mismo en un ciento por ciento o que no lo estoy en absoluto, no escribo una historia, escribo un artículo airado, diciendo a mi gobierno qué hacer, a veces diciendo a mi gobierno a dónde debemos ir todos juntos, concretamente al infierno. Por una razón o por otra, nunca me escuchan. Aunque les he dicho alto y claro muchísimas veces que se vayan al infierno, siguen en el mismo sitio. En aquellos casos -muy frecuentes- en que oigo más de una voz dentro de mí sobre algún tema, en que puedo ver más de una, en ocasiones más de dos perspectivas, en que puedo oír una pequeña discusión dentro de mí, entonces comprendo que estoy embarazado al menos de una historia. Y al decir embarazado de una historia o una novela tengo que añadir de inmediato que en ella se producen muchos más abortos provocados y espontáneos que alumbramientos. Así que me comprometo, escribo artículos, escribo historias y nunca mezclo una cosa y otra. Nunca he escrito una historia o una novela simplemente para transmitir un mensaje político como «dejad de construir asentamientos en los territorios ocupados» o «reconoced el derecho de los palestinos a Jerusalén oriental». Nunca escribo una novela -una novela alegórica- para decir a mi pueblo o a mi gobierno que hagan esto o aquello. Para eso utilizo mis artículos. Si hay un mensaje metapolítico en mis novelas, siempre es un mensaje, de una u otra manera, sobre cómo llegar a un compromiso doloroso y la necesidad de elegir la vida descartando la muerte, la imperfección de la vida descartando las perfecciones de la muerte gloriosa. Éste es mi compromiso, uno de mis compromisos. Y lo es de tal modo que hasta tengo dos plumas estilográficas en mi mesa, dos plumas muy simples, muy baratas, que tengo que rellenar cada dos semanas, pero siempre tengo dos, una negra y otra azul. Sólo para recordar que escribir un ensayo político es una cosa y escribir una historia, otra muy distinta. Y no mezclo. Los israelíes leen novelas, además de artículos y manifiestos. Leen como obsesos. Según datos estadísticos de la Unesco, los israelíes leen más que cualquier otra nación bajo el sol, excepto los islandeses -que, de todos modos, no están bajo el sol-. Pero, al contrario que los europeos, alemanes e islandeses, los israelíes no leen novelas para disfrutar. No leen literatura para relajarse ni ampliar horizontes. No: ¡leen para enfadarse! ¡Leen para estar en desacuerdo! Leen para emprender una polémica con el escritor, los personajes o ambos. Y hasta tal punto que un cínico editor de Israel me dijo una vez que si mis novelas y las de mis colegas se venden tanto en mi país se debe a que hay clientes que compran diez ejemplares del mismo libro para destruirlos. "



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