Alguien dice tu nombre (fragmento)Luis García Montero
Alguien dice tu nombre (fragmento)

"No sé lo que he querido decir con esa frase, pero Vicente aprovecha para cerrar el trato y bautiza al lotero como Juan el Justo, un mote digno de reyes o de papas. Luego me pide que me adelante a la parada del autobús para sacar los billetes. Salgo a la calle y respiro. Ha sobrado con esta mala experiencia para darme cuenta de que no sirvo como vendedor. Ni de enciclopedias ni de nada. Siempre me ha dado vergüenza hablar de dinero, incluso cuando no engaño a la gente. Si me dan mal las vueltas en una tienda, prefiero callarme antes que soportar la violencia de una discusión. Pero es que, además, me falta paciencia, no sé humillarme, no resisto las bromas de un cretino como Juan Jilguero, Juan Jabalí o Juan el Justo. Vicente tan feliz, una venta más. Yo hasta las narices de la enciclopedia con toda su fauna, su flora, sus personajes históricos, sus letras y sus batallas. El Jilguero tiene razón, somos unos gilipollas. En dos días me han llamado con gracia maricón y gilipollas.
Ahí está el mar, y yo quiero ser escritor. Su azul es el recurso inmediato que tiene el mundo para reconciliarnos con la vida. Es posible que todo el enredo de Juan Benavides haya sido una broma de Vicente, una especie de novatada como las que organizan los estudiantes veteranos en los colegios mayores. Igual se ha aprovechado de un amigo y me ha tendido una trampa para reírse de mí. Quizá por eso no atendió la advertencia del teniente de la Guardia Civil. Quién sabe. Hasta la gente más neutra tiene retranca.
El mar es el remedio. Cuando pase el tiempo se me olvidará el enfado, se me olvidará la enciclopedia, se me olvidará Vicente. Recordaré este día como la ocasión en la que vi por primera vez el mar. Mi padre nunca lo ha visto.
Le tocó el servicio militar en Zamora. Mi madre tampoco. Yo saco los billetes para el autobús de las seis y media, me desentiendo de todo y camino hacia la playa.
Hay niños jugando, criadas vestidas bajo las sombrillas y mujeres doradas en bañador. Me fijo en una pelirroja que incendia la arena, la tranquilidad del cielo y el azul del Mediterráneo cuando se levanta de su toalla y se dirige a la orilla. He tenido suerte con el azul de esta costa. Sé que el agua del Atlántico es más gris, más turbia, sin la claridad transparente y casi caribeña que reúne aquí el mar. He tenido suerte con la pelirroja. No necesita otra cosa que vivir, ser y estar en ella misma, igual que el mar, con la conciencia de que cada ola, cada reflejo, cada espuma pertenece a la misma plenitud. Dice mi profesor de Literatura que el peligro más grave de un poeta es la cursilería. Detrás de un cursi hay siempre un impostor. Siento vergüenza de ver a la pelirroja, que ahora se tira de cabeza al agua, y de pensar así en el mar: cada espuma pertenece a la misma plenitud. Ayer estuve muy cerca de una mujer desnuda. Ni siquiera tenía un bañador. Esperaba detrás de una puerta abierta, duchándose con lentitud, secándose con lentitud, llamándome con lentitud, desapareciendo con lentitud, cubierta de mala manera por una toalla. Y no fui capaz de ir hacia ella. Es más fácil ser pez que ser hombre. Nadas por la profundidad, ves a la pelirroja, te acercas en secreto, la rodeas, la observas bien y si eres tiburón te la comes, sin miedo a meter la pata, a hacer el ridículo o a que nadie te pida responsabilidades. "



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