Rhadopis (fragmento)Naguib Mahfuz
Rhadopis (fragmento)

"El faraón experimentó una sensación de tranquilidad en la nueva época. Su cólera se acalló. Dejó los asuntos en manos del hombre en el que confiaba para dedicarse plenamente a la mujer que le había arrebatado el corazón y la razón. A su lado disfrutaba de los placeres de la vida y de los deleites del espíritu.
Sufajatib, en cambio, soportaba toda la carga que le había caído encima. Sabía perfectamente que Egipto había recibido su elección con precaución, recelo y una silenciosa repulsa. Experimentó una sensación de soledad desde el primer momento en que pisó la Gasa del Gobierno, pues el rey encontraba en el amor su única satisfacción, dejando a su súbdito todos los problemas y las obligaciones, pues los gobernadores de las provincias sólo estaban de acuerdo con él en apariencia; sin embargo, su corazón seguía a los sacerdotes en todos los lugares. El visir dio vueltas a su alrededor y no encontró a ningún ayudante ni consejero, salvo el comandante Tahu. Ambos hombres eran diferentes en muchos aspectos, pero les unía su amor y su fidelidad al faraón. El comandante contestó a su llamada, le tendió la mano y compartió con él su soledad y todas sus preocupaciones. Ambos luchaban para salvar un navío sacudido por violentas olas y rodeado de nubes y tempestades. No obstante, a Sufajatib le faltaba la experiencia del avezado comandante. Era fiel y su corazón rezumaba fidelidad y responsabilidad. Era un sabio que llegaba al meollo de los problemas, pero carecía de valor y determinación. Se había dado cuenta del error desde el principio, pero no había intentado remediarlo sino que trataba de restarle importancia por temor a encolerizar a su señor o a hacerle daño. Así transcurrieron los acontecimientos por el camino que había abierto la cólera.
Los espías de Tahu trajeron una importante noticia: Janum Hatab había viajado a Manaf, la capital religiosa. La noticia asombró al visir y al comandante. Se preguntaron con perplejidad cuál sería el motivo por el que ese hombre había soportado las dificultades de trasladarse del Sur al Norte. Sufajatib vaticinó un gran problema. No dudó de que Janum Hatab se pondría en contacto con los grandes sacerdotes, los cuales estaban resentidos por lo que les había ocurrido y además por saber que los bienes que se les habían incautado se estaban despilfarrando sin cuenta en una bailarina de Biya, pues ahora nadie ignoraba esa realidad y quien la ignorara, sin duda llegaría a conocerla. El sacerdote encontraría, pues, en ellos el terreno abonado para propagar sus ideas y repetir sus quejas.
Aparecieron los primeros síntomas del descontento sacerdotal. Los mensajeros que habían propagado por todas partes la noticia de la elección de Sufajatib como visir, volvieron con felicitaciones oficiales de todas las provincias. No obstante, los sacerdotes se replegaron en un temible mutismo que hizo exclamar a Tahu: «Ellos han iniciado el desafío».
Luego llegaron pliegos de los templos con la firma de sacerdotes de todos los rangos, en las que rogaban al faraón que reconsiderara la cuestión de las tierras de los templos. Era un peligroso consenso que acrecentaba los problemas de Sufajatib. "



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