El caso del martillo blanco (fragmento)Jordi Sierra i Fabra
El caso del martillo blanco (fragmento)

"No me hacía falta anotar nada, tenía buena memoria, pero apunté calle y el número en el papel con las anotaciones de ambos casos que saqué del bolsillo, bajo su atenta mirada de mujer impresionada por la fatalidad ajena.
Cuando terminé, solo quedó la retirada.
–Gracias –me despedí.
–Siento lo de tu madre, hija. Tan joven...
Imaginé que se refería a mí.
Volví a darle las gracias y bajé la escalera pasando por delante de la puerta del piso de Berta Blanch, mi clienta. No pegué la oreja a la madera, por si me pillaban o la vecina de arriba aún me estaba observando por el hueco. Una vez en la calle regresé a la moto, crucé el Paralelo y subí por la Ronda de Sant Pau hasta Tamarit. El verano se prolongaba un poco y era de agradecer, porque la moto, en invierno, era bastante latazo. Volví a detenerme al llegar al cruce con Calabria y una vez allí caminé hasta el portal en el que vivía la amiga de mi última interrogada.
Me di cuenta de que no me había dicho el nombre, solo el piso.
–Voy al quinto tercera –me adelanté por segunda vez a la pregunta de la portera de turno.
El ascensor era viejo, madera noble, puertas normales, no correderas, de los que suben a cámara lenta, por eso tenía hasta un combado banquito bajo el cristal, con manchas de viejo picoteándolo y esmerilado por los lados. Me dejó en un rellano adornado con dos macetas que flanqueaban la ventana central y tomé aire antes de pulsar el timbre.
La que me abrió esta vez fue ella misma.
Porque si era la criada, tenía que ser Manolita Crespo.
Mediana estatura, fuerte, seria, ojos rendidos, manos grandes, mejillas caídas, labios apenas intuidos, cabello gris y bata de trabajo.
Hiciera lo que hiciera, era cansado, porque sudaba.
Puse cara de inocencia.
–¿Es usted Manolita Crespo?
–Sí.
–¿Podría hablar con usted un minuto?
–¿Por qué? –mostró su natural desconcierto.
–Estoy buscando a una vieja amiga de mi madre y lo único que sé es que también era amiga suya.
–¿Y quién es esa amiga?
–Jacinta Utrillo.
–¿La Cinta? ¡Ah, sí! –reaccionó asintiendo de arriba abajo–. Pero hace mucho que no sé de ella. La tira de años.
–¿Sabe dónde podría encontrarla?
–Entonces vivía en Sants, en la calle Gayarre.
–¿Recuerda el número?
–No –frunció el ceño–. Lo único que recuerdo es que al lado había una panadería.
–¿No tiene su número de teléfono o algo así?
–No, hija, lo siento. Si nos veíamos en la escalera casi a diario, ¿para qué llamarse? Sé lo de su calle porque siempre decía que él era su músico favorito. Y lo de la panadería porque un día que se encontraba mal la acompañé a casa. Eso es todo. "



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