El hijo de la sierva (fragmento)August Strindberg
El hijo de la sierva (fragmento)

"La moral, que debería ser el estudio de los derechos y deberes se convierte al final en los estudios de los deberes de los demás para con nosotros y es presentada exclusivamente bajo la forma de una gran colección de obligaciones. El niño no había oído citar aún uno sólo de los derechos humanos. Todo era de favor: vivía por favor, comía por favor, iba a la escuela por favor. Aquí, en esta escuela de pobres, se exigía mucho más de los chicos. Les exigían a esos pobres que no llevaran vestidos raídos, pero ¿cómo podían ellos no hacerlo? Les hacían observaciones sobre sus manos porque estaban negras de alquitrán y pez; les exigían atención, buenas maneras, cortesía, toda suerte de cosas absurdas. El sentido estético de los profesores les engañaba a menudo hasta tornarlos injustos. Johan tenía un compañero de banco que nunca se peinaba, tenía una llaga bajo la nariz y supuraciones en las orejas que olían muy mal. Sus manos siempre estaban sucias, sus vestidos manchados y destrozados. Muy pocas veces sabía sus lecciones y todo el tiempo recibía reprimendas y latigazos. Un día un compañero lo acusó de traer los piojos a clase. Entonces le asignaron un lugar aparte; era repudiado. Lloró amargamente, muy amargamente. Después no regresó más. Johan designado por fortuna como monitor, fue enviado a buscarlo a su casa. Vivía en la Dódgrávargránden.7 En un solo cuarto habitaba la familia de un pintor, la abuela y muchos pequeños. Georg, el chico en cuestión, estaba sentado y tenía en sus rodillas a una hermana menor que gritaba furiosamente. La abuela cargaba otro pequeño entre los brazos. El padre y la madre estaban fuera en el trabajo, cada uno por su lado. En esta habitación desordenada porque nadie tenía tiempo para arreglarla y porque no podía ser arreglada, flotaban las emanaciones sulfurosas del coque y de las inmundicias de los niños. Allí se secaba la ropa, se cocinaba, se disolvían los colores, se preparaba la almáciga. Allí se mostraban a plena luz todas las causas de la inmoralidad de Georg. Pero, objetaba siempre algún moralista, nunca se es tan pobre hasta el punto de no poder mantenerse limpio y sin mancha. ¡Qué ingenuidad! Como si el porte (en caso de que tenga algún arreglo), el jabón, el lavado y planchado, el tiempo, no costaran nada. Estar sin desgarrones, limpio y saciado es la máxima meta que el pobre puede esperar alcanzar. Como Georg no la podía lograr, había sido excluido. Los moralistas modernos han creído descubrir que la clase inferior es más inmoral que la clase superior. Inmoral significaría en este caso que la clase inferior no respeta las convenciones sociales tan bien como la clase elevada. Y esto no es solamente un desatino sino algo peor. En todas las circunstancias en que la clase dependiente no esté bajo la presión de la necesidad, es más fiel al deber que la clase alta. Es también más comprensiva con sus semejantes, más tierna con los niños y, sobre todo, más paciente. ¡Cuánto tiempo ha soportado que su trabajo favorezca a la clase superior antes de impacientarse! Además, siempre han querido dejar algo imprecisas, en lo posible, las leyes morales. ¿Por qué no son puestas por escrito e impresas como la ley divina y la ley civil? Quizás porque una honesta ley moral, honestamente redactada, estaría obligada a tener en cuenta los derechos del hombre. "


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